El presidente Lázaro Cárdenas murió hace ya 54 años, pero si viviera podría echar mano de su propia experiencia para aconsejar a la presidenta Claudia Sheinbaum y a la 4ª. Transformación (4T) en una coyuntura donde se vuelve a abrir la posibilidad histórica de lograr lo que el cardenismo no pudo: el cambio pacífico del régimen hacia la construcción de una sociedad más justa.
Idealmente, en esta segunda administración lopezobradorista las relaciones dentro del aparato de gobierno deben obedecer a una coordinación clara y disciplinada para enraizar en la izquierda el cambio en la forma y el contenido del quehacer político (el PAN falló en su intento de arraigarlo en la derecha entre el 2000 y el 2012). Y para ello quienes hoy son responsables del proceso político deben ser percibidos como actores congruentes con su lema: “No robar, no mentir y no traicionar” y siempre anteponer la buena marcha de la transformación del régimen a los intereses individuales o de camarilla.
Como bien lo han advertido observadores que simpatizan con la 4T, hay personajes en puestos clave de gobierno que no están desempeñando bien su papel, que están resultando disfuncionales para la buena marcha del contenido ético de un proyecto que se define como Humanismo Mexicano y que busca ser un hito en la historia política de nuestro país.
Desde la perspectiva de observadores como Jorge Zepeda Patterson (Milenio, 17/12/24), la forma como AMLO operó el proceso de su sucesión en 2024 fue complicada, pero finalmente resultó todo un éxito, porque logró que la persona que él consideró del cuadro de Morena que tenía la mejor visión sobre la naturaleza del cambio, el compromiso más sólido con esa transformación y la mayor voluntad para profundizar los cimientos de la 4T era Claudia Sheinbaum y ella acabó siendo la candidata presidencial y la ganadora indiscutible de una elección genuina en forma y contenido y realmente competida.
Sin embargo, ese éxito tuvo un precio: una serie de compromisos con los perdedores en los procesos internos de Morena para asignarles puestos clave dentro del gabinete o del Poder Legislativo. Lo anterior, aunado al retiro total y voluntario del escenario político de AMLO, líder indiscutible y carismático de Morena como partido y movimiento para evitar la percepción de querer ser “el poder tras el trono”, pareció dejar todo “atado y bien atado” para que la nueva Presidenta no temiera puñaladas por la espalda y pudiera concentrar su energía en hacer frente a la gran tarea de asegurar la continuidad de su proyecto. Sin embargo, ese no ha sido del todo el caso, como lo acaba de mostrar el choque abierto de los dos coordinadores de las bancadas de Morena en el Congreso y cuya conducta pone en duda su disposición de subordinar sus intereses personales a los valores que son el corazón ético de la 4T.
Y es aquí donde conviene imaginar una hipotética carta del presidente Cárdenas a la presidenta Sheinbaum. Y es que de haber tolerado Cárdenas la permanencia en puestos clave de su gobierno de elementos heredados y no genuinamente dispuestos a comprometerse con el resurgimiento del proyecto social de la Revolución Mexicana, el mandatario michoacano simplemente no hubiera podido poner en práctica el Plan Sexenal y el cardenismo ni siquiera hubiera existido.
Si el presidente Cárdenas es hoy un referente claro para la 4T es porque en el arranque de su sexenio usó todo el potencial de la institución presidencial para sacudirse de cuadros políticos y caciques con agenda propia y disciplinar al resto de la élite política. Esa experiencia sería la primera parte de la hipotética carta de Cárdenas.
Una segunda parte de la misiva sería una reflexión sobre las debilidades del marco político y social que impidieron el arraigo del proyecto cardenista. En la pugna interna por la sucesión presidencial de 1940, esa parte de la élite política que sólo superficialmente era cardenista —el general Juan Andrew Almazán y los que se unieron en torno suyo— impidió la construcción de un “segundo piso” del cardenismo y desde entonces, y hasta 2018, la vida política, social, económica y cultural mexicana transcurrió a la sombra de los diferentes matices de derecha disponibles en México.
Claudia Sheinbaum y la 4T tienen instrumentos para evitar un final como el del sexenio de Cárdenas: tienen un partido muy distinto al del general michoacano y el reto es mantener esa diferencia. Y es que el PNR y PRM (que finalmente desembocaron en el PRI) no nacieron democráticos, ni para ganar elecciones, sino simplemente para administrar el poder. Sus cuadros no tuvieron que foguearse como oposición como en Morena y finalmente nunca se comprometieron con una ideología. Si Morena debe ser el sostén de la 4T es menester que realmente se conduzca de manera selectiva en el reclutamiento y promoción de sus cuadros, que se blinde contra los oportunistas y que nunca se despegue de sus bases y de sus orígenes y de sus principios.