En su reciente visita a México el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken anunció que México y su país iniciarían un nuevo capítulo en su relación.
Se supone que tal capítulo se centrará en un esfuerzo conjunto —“como socios igualitarios”— para enfrentar la actividad criminal transfronteriza.
Bienvenida la propuesta, aunque las dudas son inevitables. De este lado del Bravo es imposible no tener en cuenta que los capítulos que anteceden al nuevo y salvo en circunstancias excepcionales, eso de “socios igualitarios” no ha sido realidad.
Y es que en las relaciones históricas la vecindad entre una gran potencia —en este caso la mayor en el sistema internacional — y un país que no lo es, lo que domina es la política del poder y quiérase o no, en ese campo la asimetría siempre ha impuesto sus reglas.
La ONU es un ejemplo perfecto de los límites de una pretendida equivalencia entre desiguales. En su Asamblea General rige la ficción de la igualdad entre los miembros, pero esta desaparece cuando entra en juego el veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad o cuando simplemente una gran potencia ignora impunemente la voluntad mayoritaria. Como sea, esta vez y a lo largo de nueve meses México negoció con Washington los términos del acuerdo que sustituirá a la inoperante “ Iniciativa Mérida ” de 2008: el “ Entendimiento Bicentenario ” (EB). En este caso Washington aceptó explícitamente que el EB funcione dentro de un marco de igualdad por lo que hace a su materia: la seguridad. Está por ver cómo y por cuanto tiempo funcionará la imposible simetría entre desiguales.
En la siempre difícil relación con Washington en materia de seguridad, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha insistido una y otra vez en los conceptos de soberanía e igualdad, especialmente tras el inesperado arresto en Los Angeles del ex secretario de Defensa de México en octubre de 2020. En este incidente la posición de México se impuso y Estados Unidos tuvo que devolver la presa que la DEA ya tenía en sus fauces (hoy la DEA sigue aguardando las visas mexicanas para volver a operar formalmente en nuestro país).
En su reacción ante el EB, la prensa norteamericana echó de menos que al anunciarse el nuevo acuerdo y resaltarse lo que hoy más interesa a México: frenar la violencia de los carteles que surten de droga al mercado norteamericano y el flujo de armas y dinero de norte a sur, no se hubiera subrayado con igual énfasis el control de la migración indocumentada en la frontera México-Estados Unidos pues en el corto plazo lo prioritario para Washington es detener o disminuir la presencia de los “sin papeles” en su frontera, (The New York Times, 08/10/21). En fin, que por ahora fueron por delante las prioridades del actor más débil.
Y en relación a ese complejo problema de la migración internacional que busca cruzar el Bravo conviene resaltar el contenido de las cartas intercambiadas en septiembre y octubre entre AMLO y el presidente Joseph Biden . El primero sugirió al segundo enfocar el problema en su raíz en el norte de Centroamérica invirtiendo ahí en programas generadores de fuentes de trabajo. El mexicano sugirió proyectos como “sembrando vida” y “jóvenes construyendo el futuro” puestos en marcha por México más visas de trabajo temporal en Estados Unidos. La respuesta de Biden fue positiva y subrayó que su gobierno ya invirtió 600 millones de dls. en esa región pero que puede y debe hacerse más.
En conclusión, entre países vecinos muy dispares la pretensión de igualdad ha sido y sigue siendo solo eso, una pretensión. Sin embargo, con inteligencia, decisión y suerte, tal pretensión puede en ciertas coyunturas traducirse en una ventaja real para México. Estamos obligados a propiciar tales coyunturas.