La convivencia pared con pared entre un rico y un pobre es infrecuente y problemática. Administrar ese tipo de convivencia entre desiguales requiere del débil prudencia e inteligencia para aprovechar coyunturas favorables pero, sobre todo, una idea clara del interés nacional sin asimilarlo con el interés de una sola clase.
Por un tiempo la distancia entre el norte de la católica Nueva España y las trece colonias protestantes inglesas en la costa atlántica llevó a una vecindad sin problemas serios. Sin embargo, tras la independencia de las colonias británicas en 1776 la situación cambió. La expansión norteamericana hacia el oeste y el sur fue su proyecto nacional y España perdió su dominio sobre la Luisiana y las Floridas. Cuando México logró su independencia la frontera norte la había fijado en 1819 el tratado Adams-Onís, documento que inútilmente pretendió fijar límite a la expansión de Estados Unidos.
La relación que hace dos siglos iniciaron México y Estados Unidos como países nuevos ha sido una mezcla de conflicto y acuerdo, aunque no necesariamente en igual proporción. En una primera etapa el conflicto fue la nota dominante: el interés nacional norteamericano se centró en su expansión a costa de México, cuya última pérdida territorial a manos del país del norte tuvo lugar en 1853 (La Mesilla) aunque el temor al respecto subsistió hasta inicios del siglo XX.
La coincidencia del final de la Guerra Civil norteamericana con la primera estabilidad política mexicana resultado del triunfo liberal sobre los conservadores y sus aliados, generó una ola de inversiones norteamericanas y europeas en nuestro país. Entre los años de 1880 a 1911 la relación de México con Washington tuvo como eje esos intereses económicos. Hubo momentos de desacuerdo, pero en general la relación fue pacífica y una mutua satisfacción con el estado de cosas se reflejó en el primer encuentro de los presidentes de ambos países en 1909.
De golpe la Revolución Mexicana abrió un nuevo capítulo en la relación y ahí dominaron los desacuerdos políticos y el choque del nacionalismo mexicano con los intereses económicos y políticos foráneos. La presión norteamericana fue fuerte, aunque el uso de su fuerza fue limitado. Al finalizar los 1930 el nacionalismo mexicano avanzó —la expropiación petrolera de 1938 se sostuvo—, la influencia europea en México disminuyó y la norteamericana se consolidó. A partir de entonces el factor externo dominante en la vida mexicana fue el norteamericano y en respuesta el nacionalismo mexicano acentuó su carácter defensivo.
La II Guerra Mundial llevó a una alianza entre México y su vecino del norte que, entre otras cosas, propició un arreglo rápido de temas pendientes: deuda externa, reclamaciones, etc. Terminada esa guerra el mundo entró en otra: la Guerra Fría y un México autoritario se sumó al bloque “democrático” y capitalista encabezado por Washington y jugó su rol anticomunista de manera efectiva, aunque discreta e incluso se permitió gestos simbólicos de independencia (su política cubana, su toma de distancia frente a la OEA, etc.) y en el mercado interno la inversión norteamericana acentuó su predominio.
El fin de la Guerra Fría, la globalización, el neoliberalismo y la crisis de la economía protegida de México llevaron a la firma de un tratado de libre comercio con Estados Unidos (TLC, T-MEC) y a la aceptación de la unión de nuestra economía con la norteamericana en calidad de dependiente.
La integración económica dentro del T-MEC se desarrolla hoy dentro de ciertas tensiones. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador mantiene un enfoque antineoliberal y nacionalista que en varias arenas choca con intereses económicos norteamericanos fuertes. Y en la lucha contra el narcotráfico las estrategias de ambos países difieren y colisionan igual que en materia migratoria.
Estos dos primeros siglos de relaciones México-Estados Unidos no han sido fáciles para nuestro país. Conocemos las razones de los choques, pero la gran incógnita es predecir su naturaleza futura porque aún en el mejor de los casos, al lado de las coincidencias, persistirán las diferencias de los intereses nacionales.
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