Las elecciones del domingo 4 de junio en Coahuila y el Estado de México dejan muchas lecciones y elementos para valorar. Adelanto aquí tres breves apuntes que me parecen relevantes:
1. Más allá de la descalificación que insistentemente se ha enderezado desde el poder en contra de las instituciones electorales (el INE en primer lugar), en estos comicios nuevamente se evidenció que si algo hemos hecho bien en México en las últimas décadas ha sido construir un sistema electoral, si bien complejo y abigarrado, también incuestionablemente robusto, funcional y solvente.
El INE demostró una vez más, que es una institución capaz de desarrollar sus funciones de manera impecable —técnicamente hablando— y sumamente confiable. La ya legendaria eficiencia que lo caracteriza se reitera elección tras elección, con lo que la organización de los comicios, desde hace mucho tiempo, dejó de ser un problema del cual preocuparnos y así seguirá ocurriendo mientras la estructura profesional del INE, sus probados procedimientos y la confianza y aceptación de la ciudadanía hacia dicha institución se preserven.
Los números duros así lo revelan: de las 24,480 casillas (4,047 en Coahuila y 20,433 en el Estado de México) aprobadas por los Consejos Distritales del INE, todas fueron instaladas salvo una, en Coatepec, Estado de México, en donde la comunidad impidió su apertura en protesta por las condiciones de inseguridad que padecen (es decir, por causas ajenas a las cuestiones electorales). Dicho en otras palabras, la eficacia del INE en este rubro fue de 99.996%, lo que reafirma el por qué, como muchos sostenemos, es la mejor institución de este país.
Así, el domingo se constató la pertinencia de la defensa que desde varios frentes —en primer lugar, el jurídico— se ha hecho del actual sistema comicial, frente a los riesgos de desmantelamiento de la institucionalidad electoral que buscaba el “Plan B”. Dicha reforma, bajo el pretexto de ahorrar dinero, pretendía desaparecer el 85% de las plazas del Servicio Profesional Electoral, es decir, del conjunto de profesionales de carrera que son los responsables directos de la operación electoral del INE y gracias a los cuales se alcanzaron los mencionados niveles de instalación de casillas y de solución de los incidentes —todos ellos menores y debidamente atendidos— que se presentaron durante la jornada electoral.
2. Por otra parte, hay que subrayar la civilidad y el compromiso democrático de las candidaturas derrotadas quienes, apenas se difundieron las tendencias de votación que arrojaron los Conteos Rápidos (que, una vez más, anunciaron rangos de votación dentro de los cuales con total precisión se ubicaron los porcentajes obtenidos por cada candidatura, de acuerdo con los datos de los respectivos PREP), reconocieron su derrota en las urnas. Hay que reconocer que si bien la aceptabilidad de la derrota constituye una condición indispensable de funcionamiento de la democracia (como solía decir Felipe González), la misma no es una cualidad particular de nuestra clase política, más acostumbrada a alegar fraudes ante un descalabro electoral. Por eso hay que celebrar la conducta de quienes fueron vencidos en las urnas.
3. Finalmente, el domingo pasado se refrendó que México es un país plural y diverso en donde ninguna fuerza política puede arrogarse la representación única de la sociedad mexicana. Sin negar, en absoluto, la relevancia del triunfo de la coalición encabezada por Morena en el Estado de México por la importancia política, económica y poblacional de dicha entidad, también es cierto que, si se toman en cuenta todos los votos emitidos por las distintas fuerzas políticas, es innegable que la pluralidad es el rasgo distintivo del México actual.
Si se suman los votos emitidos por las candidaturas de las dos principales fuerzas políticas en las entidades que fueron a las urnas (con datos de los PREP), las que postuló Morena recibieron en conjunto 3,552,000 sufragios y las que registraron el PAN-PRI-PRD 3,497,263 votos. Es decir, la diferencia fue de 54,737 sufragios entre algo más de 7 millones de votos emitidos en total.
Con ello se refrenda que la principal riqueza democrática de nuestro país es su diversidad política e ideológica que se recrea pacíficamente en elecciones libres, auténticas y bien organizadas y que, afortunadamente, la existencia de un partido hegemónico corresponde a un pasado autoritario que algunos añoran, pero que afortunadamente dejamos atrás.
Investigador del IIJ-UNAM