“El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”
-Lord Acton
2024 pasará a la historia como el año en el que el morenismo, abusando de una mayoría inconstitucional, del chantaje, la extorsión y la compra de voluntades, concretó el desmantelamiento de las instituciones de control del poder que nos definían como una democracia constitucional.
Por su parte, 2025 será el primer año, luego de las tres décadas que duró nuestro breve interludio democrático, en el que el gobierno podrá ejercer su autoridad sin contrapesos ni controles institucionales reales. Ello, en particular, ahora que la división de poderes, como el mecanismo fundamental para controlar el poder y sus abusos, existirá solo en el papel y no en los hechos, tal como ocurrió durante el gobierno autoritario que se forjó al cabo de la Revolución y que prevaleció durante buena parte del siglo pasado.
¿Cómo ejercerá su poder el oficialismo ahora que ya no tiene límites ni diques institucionales que acoten su ejercicio? ¿Claudia Sheinbaum como presidenta, por un lado, y la mayoría avasallante que el morenismo ostenta en el Congreso federal y en la mayoría de los legislativos estatales, por el otro, ejercerán un poder mesurado, racional, ponderado y respetuoso de las posturas diferentes? ¿No habrá un uso abusivo del poder que detentan a pesar de que, con el renovado diseño institucional que vertiginosamente redibujaron en apenas unos cuantos meses, nada puede impedírselo? ¿Nos equivocamos quienes anticipamos una etapa oscura para los derechos y las libertades democráticas ahora que sus mecanismos de garantía han sido demolidos?
Nadie puede anticipar con certeza lo que va a ocurrir en el futuro inmediato, pero hay tres razones que hacen pensar lo peor.
La primera razón es que el poder político jamás en la historia se ha contenido por sí mismo. Me gusta decir que el poder es como el agua (recordando siempre que Héctor García Olvera, un entrañable profesor de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, solía decir en sus clases de hidráulica que “el agua es cabrona”), por eso ocupa todos los espacios que se le abren. Esa es precisamente la razón por la que el constitucionalismo moderno se funda en la premisa de que al poder hay que regularlo, limitarlo y controlarlo. Pretender que el poder se va a autocontener es, simple y sencillamente, una inocentada. Nunca ha ocurrido ni va a ocurrir
La segunda razón tiene que ver con el hecho de que, quienes hoy detentan el poder, son personajes que en los años recientes (y a lo largo de sus respectivas historias políticas personales) han cometido todo tipos de abusos y recurrido a las peores estrategias y prácticas políticas. Pretender que los que hoy presiden las Cámaras del Congreso, dirigen a las bancadas del oficialismo y ocupan cargos clave en el gobierno federal y en muchos gobiernos estatales, ahora que tienen la posibilidad de ejercer un poder sin límites van a comportarse como demócratas (o sea, como lo que nunca han sido) resulta ridículo. Quienes nunca han actuado con un verdadero compromiso democrático, difícilmente se comportarán de manera distinta ante la falta de controles y frenos institucionales.
Y finalmente, la tercera razón es que el morenismo se ha caracterizado por ser un movimiento que, bajo la falsa bandera de ser de izquierda y de perseguir la justicia social, en realidad ha tenido como únicas pretensiones las de alcanzar el poder, concentrar su ejercicio y hacer lo que sea necesario para no perderlo. Esa es su verdadera esencia, misma que se desplegó en toda su plenitud el año pasado para apropiarse de la Constitución y modelarla a su modo y voluntad diseñando un sistema político sin contrapesos para el gobierno y el poder que éste ejerce, es decir, un Estado autoritario.
Tomando en cuenta lo anterior, ¿por qué ahora, que el morenismo ha conseguido su verdadero objetivo tendría que actuar de manera distinta?
La batalla por recuperar a la democracia constitucional va a ser ardua y complicada. En ese camino, me temo, aún está por verse la peor faceta autoritaria del régimen (su verdadera cara) y habrá que enfrentarla con decisión, constancia y valentía (condiciones sin las cuales ningún esfuerzo democrático ha tenido éxito en la historia). Por eso, más nos vale enfrentar al poder con realismo y no con la falsa ilusión de que éste tiene un rostro bueno y bondadoso como algunos pretenden.
Investigador del IIJ-UNAM.