En su artículo “No habrá marcha atrás” (EL UNIVERSAL, 15/07/2024), Mauricio Merino señaló que el oficialismo, empoderado por su reciente triunfo electoral, no dará marcha atrás en su proyecto de reinstauración autoritaria centrado en la eliminación de todo contrapeso institucional al poder y en la edificación de un partido hegemónico cada vez más potente, para dar paso a un régimen de autocracia electiva.
Tiene razón en señalar que el riesgo que vive nuestra democracia es real y en subrayar que es de ilusos aferrarse a la esperanza de que el oficialismo no se atreverá a concretar su asalto final y de creer que Claudia Sheinbaum es diferente a su antecesor (más inteligente, más formada, más culta) y que, por ello, no avanzará en la agenda autoritaria que se ha propuesto el morenismo. Es ridículo pensar que la futura presidenta se contendrá en aras de un presunto compromiso democrático —que en su trayectoria política no ha demostrado—; eso sería ir en contra de la esencia del misma del poder —el poder se ejerce hasta donde se puede y si no encuentra límites no tiene por qué refrenarse— y también de sus dichos y compromisos públicos. Pensar que sus declaraciones en relación con la querida reforma al Poder Judicial, al sistema electoral y a la militarización plena de la Guardia Nacional, en realidad son para no confrontarse con su AMLO, pero que una vez que asuma el gobierno no se ceñirá al script que hasta ahora ha seguido, es un sueño. ¿Por qué no habría de hacerlo, se pregunta con razón Merino? En efecto, no tiene ningún incentivo para ello. Si se concreta el Plan C y se eliminan los contrapesos institucionales al ejercicio del poder político, Sheinbaum va a gobernar de manera autoritaria y concentrada sin más contrapeso que el que realidad (la situación económica, los mercados, el contexto internacional y el eventual, y en lo inmediato improbable, desencanto popular) le imponga. En ese sentido la advertencia de Mauricio Merino es válida; más nos vale pensar y prepararnos para lo peor.
Sin embargo, una cosa es enfrentar lo que viene con realismo y otra, muy distinta, es resignarse desde ahora a que todo está perdido. Por ello también tiene razón María Amparo Casar cuando escribía ayer (“La decisión más trascendente”, Excelsior, 17/07/2024), comentando el texto de Merino, que aún no son tiempos de rendir la plaza.
Si bien el escenario es poco prometedor, hay una serie de batallas jurídicas, políticas y sociales que aún deben darse en las próximas semanas y meses. En primer lugar, está la lucha por impedir la indebida sobrerrepresentación de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados que, si bien tiene reducidas probabilidades de éxito, debe darse en toda la línea. Es poco probable que el INE y el TEPJF —órganos que en los tiempos recientes han sido particularmente proclives y condescendientes con el oficialismo—, apliquen la Constitución haciendo prevalecer su espíritu y propósitos originales e impidan que las coaliciones sigan siendo usadas para cometer fraude a los límites que aquella establece, es cierto, pero también lo es que nunca se había tenido una discusión pública tan intensa y rica en razones y argumentos, lo que ha generado un importante contexto de exigencia para nuestras autoridades electorales, que debe mantenerse e incrementarse, demandando una razonable y justificada interpretación del punto.
Además, en todo caso, los partidos opositores tendrán 45 senadores en la próxima legislatura, lo que hace que, aunque estarán cerca, las bancadas del oficialismo no alcanzarán los votos 86 necesarios para que prosperen las reformas constitucionales que se pretenden (les faltarán 3). Por eso, habrá que exigir públicamente que los senadores de oposición se “amarren al mástil” y aguanten las presiones y chantajes del gobierno. En ello el papel de la opinión pública, de la sociedad manifestándose en las calles, de la prensa crítica y de la academia, entre otros, será fundamental, como ocurrió exitosamente en su momento provocando el fracaso del Plan A.
Los tiempos que vienen no serán sencillos; confrontar los intentos de avasallamiento autoritario será una tarea ardua y complicada. Ciertamente de poco o nada sirven las falsas esperanzas, pero me parece que cruzarnos de brazos y con resignación y fatalismo esperar lo peor no es la solución. Hay batallas que deben darse hasta el final. Esta es una de ellas.
Investigador del IIJ-UNAM