Ha comenzado formalmente el Proceso Electoral Federal 2020-2021, que será el más grande y el más complejo de nuestra historia.
El más grande, porque estaremos convocando a las urnas a casi 95 millones de ciudadanas y ciudadanos; estaremos instalando más de 164 mil casillas y organizando elecciones federales y procesos locales en las 32 entidades del país para renovar más de 21 mil cargos públicos.
Las más complejas, porque los grandes problemas nacionales siguen presentes y continúan erosionando nuestro tejido social y, en consecuencia, nuestra convivencia democrática. La pobreza y la desigualdad oceánica siguen ahí, agravadas ahora con la compleja situación económica que azota al mundo, recordándonos que, luego de más de un siglo, la justicia social que prometió la Revolución Mexicana sigue siendo un ominoso pendiente. La corrupción —y la impunidad que la alimenta— sigue lacerando la desconfianza en la política y en las instituciones y genera una peligrosa desafección con la cosa pública. Y la inseguridad sigue lastimando la convivencia pacífica y civilizada que supone una democracia.
A todo ello se suma la incertidumbre y temor que trajo consigo la peor pandemia del último siglo, que nos ha obligado a reinventar la vida social y a modificar radicalmente nuestras prácticas y modos de convivencia.
En ese contexto, las elecciones son —sin embargo— un momento de respiro, un episodio en el que todas y todos somos iguales ante las urnas, pues todas y todos tenemos el mismo e indeclinable derecho al sufragio.
Las elecciones del 6 de junio de 2021 representan la posibilidad de conformar una nueva Cámara de Diputados, el espacio primordial de nuestra pluralidad democrática. Al votar por 500 diputadas y diputados, renovaremos la representación popular de la nación, una de las dos Cámaras que hacen posible la división de Poderes consagrada en la Constitución como nuestra forma de gobierno y nuestro modelo de convivencia pacífica.
De cara a esa importante cita con las urnas, es muy importante recordar que nadie encarna por sí mismo a la democracia. La democracia la conformamos todas y todos en nuestra diversidad y diferencias. Los tiempos en los que muchos se autoproclamaban como encarnación de la democracia deben quedar en el pasado. Frente al discurso y las posturas que desde un extremo u otro pretenden imponer la idea de “la democracia soy yo”, hay que reivindicar el hecho real de que la democracia somos todas y todos; la democracia la hacemos todas y todos y nadie debe estar excluido de ella. En la democracia cabemos todos.
Si algo reblandece, erosiona y termina por hacer nulatoria a la democracia es pensar que en ella sólo caben algunos y que quienes no coinciden con la propia postura están fuera de la democracia misma o son contrarios a ella. Esa postura —nos lo enseña la historia en reiteradas ocasiones— constituye el mejor caldo de cultivo para que germinen pulsiones autoritarias.
Hoy proliferan las voces que niegan, descalifican y desautorizan al otro, y lamentablemente esas posturas no son monopolio sólo de algunos, sino que se multiplican y, consciente o inconscientemente, alimentan el juego de la intolerancia y abonan el terreno para expresiones autoritarias.
Defender en ese contexto a la democracia pasa inevitablemente por reivindicar el pluralismo y el respeto tolerante de todas las posturas; por su reconocimiento, inclusión y representación efectiva en los espacios en los que se toman las decisiones colectivas.
Es natural que durante las contiendas electorales las sociedades se polaricen, y por eso las campañas son el espacio institucionalmente diseñado para que las distintas posturas políticas e ideológicas existentes en una sociedad se distingan, se confronten y se contrapongan de cara a la sociedad que, con su voto, expresará sus preferencias y discordancias políticas. Para eso son las campañas electorales. Pero ello siempre tiene que ocurrir con respeto a las reglas del juego de acceso al poder político y con base en los principios y valores que sustentan a la democracia.
Somos plurales y eso nos vuelve democráticamente fuertes. Por eso, de cara a la elección más grande, tenemos la oportunidad de reivindicar nuestra vocación democrática y, con ello, honrar la lucha de varias generaciones de mexicanas y mexicanos que se comprometieron con una lucha para democratizar a México y construir un sistema electoral autónomo, profesional e independiente, que hoy es más robusto que nunca.
De cara a los meses que vienen, vale la pena recordar que la democracia es una construcción colectiva y que nadie la encarna por y en sí mismo. La democracia la concretamos todos en nuestro actuar, en nuestra diversidad y diferencias.
Honremos nuestra historia.
Consejero presidente del INE