El voto libre es un derecho ciudadano que nos ha costado muchísimo lograr y que debemos valorar. El que hayamos logrado convertirnos en una democracia, a pesar de todos los ominosos pendientes que nos aquejan en materia de justicia social, no fue una concesión graciosa del poder o un regalo que nos hicieron los gobiernos del pasado, es decir, algo que nos cayó de lo alto, sino una auténtica conquista varias generaciones de mexicanos que apostaron a la vía del sufragio libre como la manera de acceder y distribuir el poder político.

La democracia, en ese sentido es el resultado de batallas ciudadanas que han costado mucho —incluso vidas— y que debemos honrar asumiendo nuestro derecho al voto con responsabilidad, con conciencia, pero, sobre todo, con libertad. Ejercer nuestro voto es la manera en la que somos nosotras y nosotros quienes decidimos hacia dónde caminamos como sociedad, el modo en el corregimos el camino cuando consideramos que nos hemos equivocado y la ratificación de que somos las y los ciudadanos quienes encarnamos la soberanía nacional; nosotros y no los gobiernos ni los partidos somos los que definimos a dónde orientamos nuestro futuro.

En efecto, en una democracia el voto es la herramienta más poderosa que tenemos las y los ciudadanos para decidir nuestro devenir político. Con él decidimos quiénes nos van a gobernar y representar políticamente definiendo quién merece nuestra confianza y respaldo.

En ese sentido nuestro voto tiene muchas implicaciones y por eso debemos ejercerlo de manera razonada. Sirve, por supuesto, para definir quién gana una elección; pero además tiene otras implicaciones: definir qué partidos mantienen su registro y, a partir del peso electoral que tiene cada uno de ellos, cuántos legisladores (senadores y diputados) de representación proporcional les corresponden, así como qué porcentaje de financiamiento público y de tiempos de radio y televisión va a recibir en los próximos tres años cada fuerza política.

Adicionalmente, el voto es un poderoso mecanismo de rendición de cuentas que nos permite premiar o castigar a las buenas o a las malas gestiones de gobierno y la actuación que cada partido ha realizado. Así, el voto sirve para validar el trabajo bien hecho o bien para sancionar a quien lo ha hecho mal y permitir a otros la oportunidad de gobernarnos.

En ello consiste el poder del voto, además de que, el día de las elecciones todas y todos somos iguales. En ningún otro momento de nuestras vidas cada uno de nosotros cuenta exactamente lo mismo que cuando estamos frente a las urnas para emitir nuestro sufragio. Ese día, sin importar nuestra condición económica, nuestro género, nuestra edad, nuestra profesión o nuestro nivel educativo, todos valemos lo mismo.

Por eso no podemos renunciar a ese privilegio que también es una poderosa herramienta para incidir colectivamente en nuestro futuro, absteniéndonos y dejando que otros decidan por nosotros, ni tampoco renunciando a nuestra libertad y permitiendo que otros nos digan como ejercer nuestro sufragio ni por dinero, ni por miedo, ni por presiones.

La democracia es una construcción colectiva de la que somos autores las y los ciudadanos y nos corresponde a nosotros preservarla, protegerla y defenderla. La primera manera de hacerlo, la más sencilla y a nuestro alcance, es votando de manera autónoma y consciente por quien queramos. Así se construye y se defiende la democracia, nuestra democracia. Por eso, este 2 de junio salgamos todos a votar. Investigador del IIJ-UNAM

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