El reciente enfrentamiento entre dos importantes actores de Morena, Ricardo Monreal y Adán Augusto, ha captado la atención de los medios y ha generado incertidumbre en sus propias filas del partido. La disputa comenzó a partir de las diferencias sobre el manejo y asignación de los presupuestos legislativos para 2025. Adán Augusto acusó a Monreal de manejar de manera irregular los fondos del Senado, mientras que Monreal negó tales acusaciones, defendiendo su gestión e incluso descalificando las afirmaciones de su compañero. Este conflicto llegó a tal punto que ambos legisladores tuvieron que acudir a Palacio Nacional, donde la presidenta Claudia Sheinbaum y la secretaria de Gobernación Rosa Icela intervinieron para calmar las aguas. Seguramente se les recordó, por decir lo menos, que las disputas internas debilitan a su movimiento ante los ojos de la opinión pública, por lo cual una vez que los legisladores se reunieron con la secretaria de Gobernación, fue necesario publicar una foto donde aparecen los tres, como diciendo: aquí no pasó nada.
El sistema presidencialista mexicano, con su fuerte concentración de poder en el Ejecutivo, ha provocado que, en ocasiones, los propios aliados del presidente se enfrenten en una lucha por los espacios de influencia, algo que se ha vuelto más evidente conforme se ha reducido la presencia de una oposición real. De hecho, el poder que centraliza el Ejecutivo ha provocado un desgaste en el régimen desde adentro, lo que podría tener repercusiones importantes no solo en el interior del partido, sino también en su capacidad para tomar decisiones que afecten a todo el país.
Estas disputas internas, aunque aparentemente son personales o sobre un mal manejo de recursos, reflejan un fenómeno más amplio: el deterioro temprano de un régimen que, sin oposición efectiva, comienza a desgastarse debido a su falta de horizontes. Recordemos la célebre obra de George Orwel, 1984, donde un régimen totalitario no solo se sostiene mediante el control de la información y la represión, sino también por la manipulación de las relaciones internas entre los miembros del poder. En un régimen con tan alta concentración de poder como el que parece instaurarse en México, las luchas internas por el control del aparato del Estado no solo son inevitables, sino que se convierten en un síntoma de una enfermedad.
En este contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum, lejos de ser una figura ajena a estas disputas, se enfrenta a un reto importante: mantener la unidad interna dentro de su partido sin dejar que los pleitos entre figuras clave como Adán Augusto y Monreal minen la estabilidad de su gobierno. Si el sistema presidencialista pudo desaparecer la autonomía del Poder Judicial, la presidenta Sheinbaum no debería tener problemas en imponer disciplina dentro de su propio partido. Los dos legisladores deben recordar, como implícitamente ya se los señaló, que los “trapitos sucios” se lavan en casa, y que la unidad interna es clave no solo para el bienestar de su partido, sino para la estabilidad de su administración.
Finalmente, recordemos la frase que alguna vez AMLO pronunció al inicio de su gobierno “la corrupción se barre de arriba para abajo, como las escaleras”, él no necesitó barrer en seis años sus escaleras, porque su popularidad y estrategia para manejar los problemas le daban el margen suficiente para minimizar cualquier escándalo. La presidenta hoy también puede hacerlo, pero seguramente no olvidará esta escenita, y si algo se complica, no dudará en sacrificar algunas piezas rebeldes del tablero. Al final, este juego se trata de proteger a la reina ¿no?