El domingo pasado el presidente López Obrador cumplió su primer año de gobierno, término suficiente para poder hacer un breve recuento del mismo.

Primero, hay que reconocer su gran capacidad de comunicar. Los medios necesitan noticias que difundir y él las genera todos los días a partir de un diálogo directo con ellos. En parte a eso se deben sus altos índices de aprobación, pues aunque ésta ha caído de acuerdo con todas las encuestas, la pérdida de puntos no es proporcional a su falta de resultados principalmente en temas como la economía y la seguridad que son prioritarios para la gente a la hora de emitir una calificación sobre quien gobierna. La estrategia de hacer una conferencia de prensa todos los días, hablarle a su electorado y fijar la agenda ha llevado a que se diluya la atención que debía ponerse a errores tan graves como el culiacanazo.

Esta estrategia de comunicación, acompañada de una constante polarización entre buenos y malos, conservadores y liberales, corruptos y honestos, el pueblo y los fifís, también le ha permitido imponer una agenda que ha ido trastocando a las instituciones que son pilares de nuestra democracia y vulnerando derechos de las personas.

La polarización a nadie conviene mas que al presidente. La brecha ideológica está siendo cada vez mayor, la oposición está creciendo y se ha elevado el tono tanto de sus oponentes como de quienes lo apoyan. En todos lados se vive un ambiente polarizado y mientras tanto, López Obrador toma decisiones e impulsa reformas para desmantelar el Estado y construir un régimen autoritario que le permita a él o a su grupo perpetuarse en el poder.

Para ello también ha cancelado una serie de políticas públicas exitosas y reconocidas internacionalmente, como el seguro popular o las estancias infantiles, sin dar paso a un sistema universal de salud o a un esquema efectivo de atención a niños y niñas en primera infancia, sustituyéndolos por un esquema de transferencias directas de recursos a través de “programas” que no pasan siquiera la prueba de diseño más elemental, pero que le permiten construir una base de apoyo social.

El presidente invierte mucho mas tiempo en la autopromoción y el culto a la personalidad que en gobernar y atender la problemática que estamos enfrentando. Han habido más de 250 conferencias de prensa mañaneras más los múltiples informes y nunca se ha detenido a explicar como va a enfrentar la falta de crecimiento económico o la inseguridad, entre otros problemas. Su discurso es el mismo, descalificar a quienes lo critican o cuestionan y acusarlos de oponerse a la transformación que él encabeza, decir que esta transformación va avanzando pero sin dar un solo dato relevante sobre los elementos que la integran.

Un ejemplo es el discurso triunfalista del pasado domingo cuando estamos concluyendo el año más violento del que se tenga registro y en recesión económica derivada no de factores externos sino de decisiones erráticas del actual gobierno y de la incapacidad de generar confianza en el empresariado lo que deriva automáticamente en falta de inversión.

Al presidente se le olvida que hoy gobierna para todos los mexicanos, que nuestro futuro como país depende de sus decisiones y que por eso todos quisiéramos un gobierno exitoso y capaz de atender los principales problemas que enfrentamos. Aún está a tiempo para corregir. Tiene el capital político suficiente para empezar a tomar decisiones que enderecen el rumbo del país. Si el presidente no rectifica en materia económica y genera certidumbre que dé cabida a la inversión y no plantea una estrategia de seguridad que tome en cuenta la necesidad de fortalecer a políticas estatales y municipales a fin de reducir los índices de violencia, si no reinventa políticas públicas que garanticen el ejercicio de derechos y si no saca la mano de los organismos autónomos, mucho me temo que en los próximos años sólo veremos un mayor deterioro, en detrimento de nuestro bienestar y en perjuicio de todos los mexicanos.


Abogada
@lialimon

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