La crisis que ocasiona una pandemia es inevitable, pero un buen manejo de la misma siempre es posible y el éxito de un líder se mide, en parte, por su capacidad de reacción ante situaciones críticas. Lo que hemos visto en México ante el coronavirus es a un presidente cuya arrogancia es muy superior a su sentido de responsabilidad que ha demostrado su incapacidad de manejar a un país cuando él no impone la agenda. Andrés Manuel está más preocupado por su popularidad que por evitar la pérdida de vidas humanas. La “fuerza moral” que sus colaboradores le atribuyen y “los amuletos” que él presume no evitan contagios. Sus apariciones públicas, los besos y abrazos que reparte y las aglomeraciones que sus visitas generan son una irresponsabilidad. El subsecretario de prevención y promoción de la Salud anuncia medidas que ni el presidente cumple. Él es quien tendría que poner el ejemplo de aislamiento, tomar decisiones que ayuden a contener el miedo y dar certidumbre de que el país se prepara.
Ya la Organización Mundial de la Salud (OMS) destacó la importancia del compromiso político al más alto nivel para atravesar esta pandemia y señaló que “es crucial una respuesta de todo el gobierno liderados por el presidente”. Sin embargo, en México, mientras el presidente se placea y conmina a los abrazos, el secretario de Salud brilla por su ausencia, recibe un sueldo que no desquita. No ha dado la cara en una sola ocasión ante lo que estamos viviendo. Si es incapaz de tomar decisiones y de mantenernos informados y dar respuesta a las preguntas que se tienen ante la situación, tendría que ser también incapaz de cobrar su cheque mensual. Que quede claro, al secretario de Salud le pagamos los mexicanos por funciones que no está cumpliendo y eso también es corrupción.
Hay una pandemia y no existe una autoridad unificada a nivel nacional que esté dictando las medidas de emergencia necesarias para hacer frente a la situación. El Consejo de Salubridad General de la República es el facultado para aprobar y publicar la declaratoria en los casos de enfermedades graves que sean causa de emergencia o atenten contra la seguridad nacional y ni siquiera hay noticias de que se haya reunido. Ese vacío ha generado incertidumbre y miedo y ha provocado que cada autoridad actúe de manera aislada. Ya varios gobernadores han salido a dar a conocer las medidas que se deben adoptar en sus estados. Por su parte, el Poder Judicial de la Federación anunció la suspensión de actividades a partir ayer. Mientras muchos países y la Unión Europea han cerrado fronteras, en nuestros aeropuertos no hay protocolos ni se previene la entrada de personas infectadas. Las escuelas públicas, por instrucciones de la SEP, suspenden clases a partir del día 20, sin embargo la gran mayoría de escuelas privadas ya lo hicieron. El propio personal del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) exigía apenas antier información clara y protocolos de actuación. Es decir, cada autoridad actúa por su cuenta y sin ningún liderazgo que dé guía.
La falta de actuación de nuestras autoridades ha sido evidenciada y criticada a nivel mundial, pero más allá del ridículo internacional que hemos hecho, la pésima reacción gubernamental ante el Covid19 va a ocasionar muchas muertes y como siempre, las cifras serán mayores entre los más vulnerables. Nos parecemos más en actuación a Italia que a Corea del Sur, pero sin un sistema de salud de primer mundo, y es justo en países como aquel que no reaccionaron a tiempo donde ha habido más muertes. Los países con menor índice de mortalidad, como Corea del Sur y Singapur, han sido aquellos cuyos gobiernos, a diferenciad del nuestro, se han tomado en serio el tema y han impuesto las medidas necesarias de aislamiento, asumiendo los costos que ello implica.
@lialimon
Consultora y abogada