Desde el 1 de diciembre se ha venido haciendo un balance de lo que ha sido el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de sus actos, decisiones y omisiones. Sin embargo, está pendiente hacer un análisis de la actuación de la oposición durante este periodo.
Si bien es cierto que ante diversos temas los partidos políticos, grupos, organizaciones y asociaciones de la sociedad civil no hemos sido lo suficientemente firmes y eficaces, también lo es que este gobierno no escucha las tradicionales formas de comunicarse de quienes cuestionan sus decisiones, no cede ante argumentos ni atiende dichos cuestionamientos como en el pasado reciente se atendían.
Las reglas del juego han cambiado. Estamos frente a un gobierno que se sabe ganador de una elección con una amplia ventaja y que considera que eso le da derecho a gobernar sin diálogo y mediante la imposición más que la construcción de acuerdos y el uso de la razón para convencer. Así se ha visto en la aprobación de reformas legales, de nombramientos e incluso del presupuesto. Esto tiene mucho que ver con la personalidad del presidente, un hombre que no escucha, no dialoga y no rectifica, que descalifica a quien lo critica e incita constantemente a la división. Quienes lo apoyan, como Bartlett, merecen credibilidad y son parte de la “cuarta transformación” sin importar sus antecedentes ni que éstos personifiquen lo que él critica todos los días: la corrupción, el abuso de poder y la mentira.
También estamos frente a un gobierno que sabe comunicar sus planes, ideas y propuestas de manera mucho mas eficaz que sus antecesores y le habla todos los días a su electorado e impone la agenda mediática.
Ante esta situación, la oposición no ha encontrado una nueva forma de avanzar, de influir en la vida pública, ni de hacerse escuchar. Han habido ciertos esfuerzos por construir movimientos de oposición dignos de reconocerse, sin embargo, hasta hoy las manifestaciones, la intención de debatir, los espacios en medios de comunicación y en redes sociales, y en algunas ocasiones los votos en ambas Cámaras del Congreso de la Unión, han sido insuficientes.
Lo peligroso de ello es la posibilidad, cada vez mas cercana, de caer en un régimen autoritario, donde los contrapesos institucionales se debilitan a través de reformas, de nombramientos a modo o de reducción de sus presupuestos, y la oposición, que es un contrapeso cuyo papel es fundamental en la vida democrática de una nación, no logra encontrar los canales de interlocución adecuados o la forma de alzar la voz y denunciar de manera efectiva los atropellos que se cometen.
La oposición partidista y ciudadana enfrenta en el 2020 el reto de saberse organizar mejor, de ganar y recuperar espacios tanto en el ámbito electoral como en la opinión pública, de construir una agenda común de temas prioritarios y aprender a comunicarla y a emprender acciones de una manera eficaz y, sobre todo, de practicar la virtud de la paciencia y luchar a prueba y error sin darnos por vencidos. Ahí si hay mucho que aprender de López Obrador que tardó 18 años en alcanzar la victoria presidencial y mantuvo durante todo ese tiempo una lucha consistente y efectiva por el poder.
Si bien es cierto que la aprobación de la que goza el presidente aún es alta, ésta ha caído casi 20 puntos durante su primer año de gobierno que la oposición no ha sabido capitalizar. Es momento de construir una agenda común de contrapeso y buscar con mayor creatividad nuevas formas hacerla avanzar, de dejar de lado egos, cotos de poder y beneficios personales y generar acuerdos por un bien colectivo, por el futuro de nuestro país y de nuestra democracia.
Abogada y ex diputada federal