Las redes sociales se incendiaron en la semana porque supuestamente iban a desalojar a 1,500 perros en un albergue en Santa Fe. ¿Mil quinientos perros en Santa Fe? Sí. Mucho antes de que esta zona acabara de tener su rostro actual, ya existía el albergue para perros con el que se cumplía la última voluntad de don Antonio Haghenbeck. Al morir, este aristócrata mexicano, también dueño de la Casa de la Bola, que permaneció soltero toda su vida, dejó plasmado en su testamento que gran parte de su vasto patrimonio sería destinado al cuidado de perros y gatos.

Al leer la noticia recordé el largo juicio que siguieron ante los tribunales de la Ciudad de México, familiares de don Antonio que buscaron anular el documento notariado, argumentando que su tío, fallecido el 4 de septiembre de 1991, había perdido la razón. Que este acaudalado hombre no podía haber dejado “en su sano juicio” toda su fortuna, que era inmensa, a perros y gatos de la Ciudad de México.

El juicio resultó tan interesante que la fundación Antonio Haghenbeck y De la Lama, publicó un libro de 120 páginas en 2004 que se llama: “Juicio sobre el testamento de don Antonio Haghenbeck y de la Lama: un precedente judicial interesante.”

En 2013 se daba la noticia de que había terminado, después de 8 años, el juicio que declaró válido el testamento. El juez le dio la razón a la Fundación Haghenbeck y los familiares continuaron con otras acciones administrativas y civiles, buscando recuperar algo de la esperada herencia valuada en millones de dólares.

Francisco Breña Garduño, el abogado que llevó el juicio, declaró, como consta en un artículo de Suzette Góngora, que intituló “La voz de los animales”, que los ganadores del juicio eran “los ochocientos perros en su mayoría criollos y uno que otro de pedigrí que mejorarán su situación después del fallo”. Se estaba refiriendo, por supuesto, a los que en ese momento saltaban felices y contentos en el albergue canino de Santa Fe.

¿Cómo llegó a formarse la gran herencia? Aunque el apellido Haghenbeck se remonta a un alemán de nombre Karl Haghenbeck Kunghart que llegó a México en 1844, la fortuna llegó principalmente por la abuela materna de don Antonio, Josefa San Román que provenía de la vieja aristocracia de la Nueva España, específicamente del Primer Marqués del Apartado, dueño de minas.

La fortuna se siguió acrecentando en la siguiente generación, la de don Agustín Haghenbeck San Román y de doña Guadalupe de la Lama Molinos del Campo. El tercero de los cuatro hijos fue don Antonio y él se encargó de mantener la Casa de la Bola en Tacubaya y las Haciendas de Santa Mónica en Tlalnepantla y de San Cristóbal Polaxtla en Puebla. Adquirió gran cantidad de obras de arte e infinidad de predios entre los que se encuentra el que hoy alberga los perros en el kilómetro 17.5 de la carretera México-Toluca.

Este predio fue dado en comodato al albergue Franciscano. El comodato terminó hace 8 años y la fundación tuvo que iniciar un nuevo juicio para la devolución del espacio. Después de toda la reciente presión mediática, las partes se sentaron a dialogar esta semana para encontrar la mejor salida del asunto y estoy segura de que la habrá porque la secular historia aquí narrada permite tener la certeza de que la Fundación deberá cumplir a pie juntillas con la voluntad de don Antonio y con cientos de ladridos y maullidos de por medio.

Catedrática de la UNAM. @leticia_bonifaz

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