El 5 de agosto pasado falleció, a los 88 años de edad, Toni Morrison, la primera mujer afroamericana en ganar el premio Nobel de Literatura en 1993. La vida de Morrison fue larga, prolija y de profundas enseñanzas.
Tomó de la mano al tiempo y logró entrelazar las historias que le contaron de niña con sus propias vivencias y con las de la realidad exterior, a veces esperanzadora y, en ocasiones, con enormes nubarrones.
Morrison dejó una herencia literaria considerable con sus novelas, que no solo nombran lo que no había sido nombrado, sino que recalcan la importancia del lenguaje en la construcción de lo social.
Morrison describía muy bien a su propio país: los Estados Unidos. Fue una crítica permanente, clara y contundente. Desde la realidad, evidenciaba a la blancura como ideología y la señalaba como inadecuada en una nación que era multirracial desde el principio, marcando, con toda precisión, que el pensamiento supremacista solo profundiza la estratificación cultural.
Dos días después de su muerte, circuló por el mundo la polémica foto de dos policías blancos a caballo llevando a un hombre negro esposado y jalado con un lazo. La imagen no solo resultó dolorosa hoy, sino que remitió a hechos descritos en las novelas de Morrison, propios de un pasado que aparentemente había quedado atrás.
Toni Morrison fue creativa y contestataria hasta el final. Unos meses después de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y después de que Obama le había impuesto la Medalla Presidencial de la Libertad, publicó en 2017, The Origin of Others, ensayos sobre la “literatura de pertenencia” que están basados en las conferencias que dio en Harvard en el 2016. En ellas examinó las formas en que las categorías de la otredad se inventan y refuerzan en la literatura, en los medios y en el discurso cotidiano para deshumanizar a los demás y analizó la obra de varios escritores, incluida ella misma, para ilustrar las construcciones de la blancura.
Morrison abordó el fenómeno del fanatismo desde muchos ángulos. Tenía la sensación de que la función crítica del racismo era la distracción. El racismo “te impide hacer tu trabajo”, “Te mantiene explicando, una y otra vez tu razón de ser”. “Alguien dice que no tienes idioma y pasas veinte años demostrando que sí. Alguien dice que tu cabeza no tiene la forma adecuada y los científicos trabajan para demostrar que sí. Alguien dice que no tienes arte y lo desentrañas. Nada de eso es necesario. Siempre habrá una cosa más”. (Lo mismo aplica al sexismo y a cualquier forma de dominación).
En su discurso de aceptación del Nobel —que hay que leer una y mil veces—, Morrison enfatizó la importancia del lenguaje “en parte como un sistema, en parte como un ser vivo sobre el cual uno tiene control, pero principalmente como una agencia, como un acto con consecuencias”.
Se puede leer un párrafo premonitorio pronunciado hace 26 años: “Hay y habrá un lenguaje que excite a los ciudadanos a mantenerse armados y siendo asesinados en los shoppings…plazas, cuartos y bulevares, un lenguaje agitado que enmascara la pena y el gasto de una innecesaria muerte”.
Los crímenes de odio en un mall de El Paso Texas contra un grupo de mexicanos se dio casi el mismo día de la muerte de Toni. Sus advertencias tienen que seguir escuchándose para evitar la normalización de la violencia en todas sus expresiones.
El legado de Toni Morrison es enorme. Nos dejó su caja de herramientas y un botiquín con antídotos para el olvido; con precursores para la toma de conciencia y ungüentos para mantener la piel sensible frente al racismo, al sexismo y cualquier otra forma de dominación y discriminación.
Se fue una mujer imprescindible. Obama dijo: “Qué regalo fue respirar el mismo aire que ella, aunque solo fuera por un tiempo”.
Catedrática de la UNAM.
@leticia_ bonifaz