Ningún 8 de marzo estuvo precedido por un amplísimo debate como el que se ha dado ahora en torno al papel que jugamos las mujeres en la sociedad actual y en lo que falta por remontar. El 8 de marzo habrá marchas y el 9 un paro. El paro busca hacer visible nuestra ausencia en el espacio público y mostrar el impacto de un día sin nosotras.
En nuestro país, los múltiples casos de acoso, los últimos feminicidios y la impunidad como regla, vinieron a encender más los ánimos y muchas personas indignadas —sobre todo jóvenes— empezaron a sumarse a la propuesta; sin embargo, en muy poco tiempo, personas de más edad, colocadas en extremos ideológicos, comenzaron con las descalificaciones y las exclusiones, en parte, por la propia polarización que se vive en el país y, en parte también, por los viejos desacuerdos respecto de ciertos derechos de las mujeres, en especial los sexuales y reproductivos.
No cabe duda que hay un núcleo de derechos, conquistados momento a momento, que hoy nadie cuestiona. Sin embargo, el que más polémica sigue provocando es la interrupción legal del embarazo. Ahí se confrontan dos posturas: quienes lo ven como una libertad: derecho a decidir dentro del tiempo y bajo las condiciones que la ley determina; y quienes consideran que se debe seguir castigando a las mujeres que abortan y que un embarazo debe continuar aún en el caso de una violación. Cabe recordar que en todos los estados de la República, en este supuesto, el aborto estaría permitido. Recordar también que las mujeres que se ven más afectadas con la penalización del aborto son las mujeres de escasos recursos porque, por las condiciones en que lo llevan a cabo, ponen en peligro su vida e incluso su libertad.
Si el punto de partida es: todas las mujeres, todos los derechos, nadie puede válidamente decir: estos derechos no, para estas mujeres no, o para estos grupos de mujeres tampoco. Esto, aunque una norma parezca igualitaria, su impacto siempre es diferenciado y esto tiene que ser tomado en cuenta.
Hasta hace muy poco se decía: todos los derechos laborales para todas las mujeres, pero para las trabajadoras del hogar no. Y en el medio rural, todos los derechos para todas las mujeres pero para las mujeres indígenas no. Y así, en los casos de las niñas, las adolescentes, las mujeres mayores, las afrodescendientes, las que tengan alguna discapacidad, las migrantes, las mujeres trans, etc. Los planos de desigualdad no se dan solo entre derechos de hombres y mujeres, sino entre determinados grupos de mujeres. De ese modo, la discriminación se vuelve doble o triple por la interseccionalidad.
En Argentina no se habla de izquierdas y derechas, sino de posiciones a favor de los derechos o posturas antiderechos. En el primer caso, se acepta la universalidad de los mismos y, paradójicamente, el impacto diferenciado de su ejercicio; en el segundo, se insiste en negar o restringir ciertos derechos o excluir a algunos sectores, afectando sobre todo a quienes presentan condiciones de vulnerabilidad.
Dentro de nuestra esfera de libertad, podemos, por decisión propia, marchar o no marchar, parar o no parar, llevar un pañuelo o no llevarlo, que sea verde, blanco, morado o multicolor. Todo como una elección libre de cada mujer, salvo para aquellas que viven al día o desempeñan trabajos que no pueden detenerse porque afectan la vida, la salud u otros servicios fundamentales.
A pesar de que hemos ido paso a paso ganando espacios en la esfera pública y ampliando la corresponsabilidad masculina en el espacio privado, los sistemas de comunicación actuales están facilitando que los pasos se vuelvan saltos. Se trata de un esfuerzo colectivo del que cada individualidad obtendrá dividendos.
Catedrática de la UNAM.
@leticia_ bonifaz