Esta semana tuvo lugar en Washington una reunión auspiciada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA. Ahí se presentó una investigación basada en las voces de 50 mujeres líderes políticas de América Latina y el Caribe que buscan hacer visibles las habilidades de las mujeres en el liderazgo político, pero también sus necesidades.

Estuvo presente Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile, Ex Titular de ONU Mujeres y Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos hasta el año pasado.

La reunión tuvo como propósito insistir en la importancia de un cambio de paradigma en el liderazgo de las mujeres, esto es, ya no se trata sólo de romper el techo de cristal, sino de romper el molde. La frase que lo resume es contundente: “Mientras el liderazgo político continúe ligado a las visiones, ritos y símbolos masculinos, las mujeres seguiremos invisibilizadas.”

En consecuencia, ya no se trata sólo de que más mujeres lleguen al poder, sino de que las que lleguen, no repitan ni sean víctimas de los viejos moldes patriarcales.

Cuando las primeras mujeres incursionaron en la política en el siglo XX, parecía que no había de otra, en solitario, comenzaron a repetir las viejas maneras de ejercer el poder, la única manera conocida.

Hoy, gracias al impulso de los movimientos feministas, con una mayor sororidad, y con las reformas jurídicas que han plasmado acciones afirmativas, más mujeres tienen acceso al poder. El reto ahora es cómo hacer que se gobierne distinto, como lo han demostrado en los hechos Jacinda Arendt en Nueva Zelanda, varias primeras ministras en los países escandinavos y, en la región, Mia Mottley de Barbados.

“Si se fortalecen los liderazgos de las mujeres, se fortalecen las democracias en su conjunto”, dijo Bachelet, quien también se refirió a la necesidad de acabar con el doble estándar que se sigue aplicando a las mujeres que incursionan en el ámbito político. También enfatizó la importancia de promover la participación política de mujeres pertenecientes a grupos históricamente excluidos. En nuestra América Latina, estarían en ese supuesto fundamentalmente las mujeres indígenas, que ya han alcanzado ciertos niveles de representación, pero son aún insuficientes. Ellas batallan no solo por tener presencia a nivel nacional, sino reconocimiento en sus propias comunidades.

La Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA ha sido históricamente el espacio idóneo para tejer alianzas entre las mujeres del hemisferio. El lugar en el que se han compartido experiencias y expresado las preocupaciones sobre el porvenir.

El planteamiento final fue un llamado para que generemos liderazgos disruptivos, entendidos estos como “aquellos que cuestionen al status quo que no favorece a las mujeres”. Hubo consenso en cuanto a que los cambios tienen que ir acompañados de una modificación en la narrativa de los liderazgos y el empuje de la agenda de las mujeres, yo diría la del feminismo histórico y la del contemporáneo.

Es evidente que, en todo el continente, hay más presencia de mujeres en liderazgos clave, pero esa presencia tendría que verse reflejada en el diseño, impulso y concreción de políticas públicas ad hoc y en el acompañamiento de las diferentes luchas sociales. No todas las mujeres están dispuestas a romper el molde y a asumir un liderazgo disruptivo. Es necesario seguir trabajando en ello.


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