En 2020, en plena pandemia, se presentó mi candidatura para integrar el Comité CEDAW. Conté con el apoyo del entonces canciller Ebrard. Se organizaron reuniones por zoom para la búsqueda de votos de los países integrantes de la ONU. Más de una vez, Juan Ramón de la Fuente, -entonces embajador de México ante la ONU- estuvo en pantalla para promoverme.

Como mi periodo termina este año, me preguntaron de la oficina de candidaturas de la cancillería si iría por la reelección. Les comenté que -aunque eso parecía lo natural- quería platicarlo con el nuevo subsecretario, Joel Hernández. Me comentó que, aunque la decisión quedaba en mis manos, tomara en cuenta que, en 2024, también terminaría el periodo de Eduardo Ferrer en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y que podría yo pensar en buscar ese espacio. Me dijo que habría un periodo de auscultación para ver quienes más estaban interesados.

Consulté el tema con personas clave. Gladys Acosta, expresidenta de CEDAW me decía que no debía dejar el Comité porque el segundo periodo podía ser muy importante para mí y muy útil para el Comité. La actual presidenta, Ana Peláez me dijo: “Te voy a extrañar mucho, pero entiendo que la Corte sería un gran lugar para ti y puedes hacer grandes aportaciones en tu región”.

Así estuve escuchando pros y contras, incluso la parte emotiva de Jacqueline Martínez diciendo: "Mi suegro (el maestro Fix Zamudio) estaría feliz y Héctor ¡ni te cuento!".

Decidí participar en el proceso de auscultación con academia y sociedad civil hasta que comunicaron que la Canciller Bárcena había decidido impulsar mi candidatura. En la síntesis curricular, varias décadas de trabajo en materia de derechos humanos quedaron resumidas en unas cuantas líneas.

Desde la primera ocasión en que viajé a Washington tuve el acompañamiento de la embajadora de México ante la OEA, Luz Elena Baños, y constaté que las condiciones eran adversas. La mayoría de los países encontraban mi perfil muy progresista, por llamarle de algún modo, particularmente respecto los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los derechos de la población LGBTIQ+. Me hicieron preguntas directas sobre estos temas en las entrevistas bilaterales. Mi postura ha sido siempre clara y firme y no se iba a modificar para ganar votos. Para mi, todas las personas tienen la misma dignidad humana.

Participé en el panel de expertos independientes que evalúa candidaturas y quedé muy bien calificada. Vino después la presentación ante la Asamblea General de la OEA y el pasado viernes la elección en Paraguay.

Los periódicos paraguayos, en días previos al evento, consignaban que había grupos convocando al ayuno y a la oración para evitar que en las sesiones de la OEA se atentara contra la familia. Argentina llegó a repetir las posturas de Milei que ya conocemos. Varios dirigentes de países simpatizan con ellas. Se está pretendiendo que El Salvador se vuelva modelo. En las delegaciones de Colombia y Uruguay había preocupación por el número de votos. En la nuestra también porque, aunque teníamos el mínimo requerido, siempre hay lo que se llama un “margen de traición” de países que al final no cumplen la palabra empeñada.

La votación la ganó el paraguayo con 16 votos de 22. El candidato que no tiene en su curriculum vitae ningún trabajo previo de derechos humanos, llegaba en primer lugar; en segundo, muy cercano, con 15 votos quedó el peruano. Él había recibido el mayor número de cuestionamientos de la sociedad civil por sus posturas sobre el uso de la fuerza y porque se había pronunciado en contra de la OEA. El uruguayo logró su reelección por un voto de diferencia.

Hubo gran alegría de los grupos que no han estado de acuerdo con que en la Corte se amplíen estándares de protección de derechos por la llegada de dos personas afines a ellos. Hubo también desesperanza, tristeza y decepción por parte de quienes ven que el sistema (Corte y Comisión) ya tienen dentro a personas que han manifestado voluntad de restringir derechos.

No me arrepiento de la decisión que tomé. ¿Había posibilidades de ganar? Muy pocas, pero había que intentarlo. Todo lo que tuvo que hacerse se hizo. De la cancillería recibí todo el apoyo. No fue por mi perfil, -con otro similar al mío hubiera pasado lo mismo-. Todo el tiempo me sentí arropada también por sociedad civil, nacional e internacional.

A mí se me van a seguir abriendo las puertas. ¡Hay tantas trincheras! El tema es qué puertas encontrarán abiertas las víctimas de violaciones a derechos humanos. Aunque el panorama en América Latina no es esperanzador, es momento de pensar en nuevas estrategias y refrendar convicciones.

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