Con optimismo podríamos decir que los derechos conquistados ya no los frena nadie. Hay razones para ser optimistas. Hoy se inicia una justa olímpica en la que, por primera vez, el número de atletas hombres y mujeres es paritario. Uno de los países más poderosos del mundo va a tener una candidata a la presidencia; en unos meses tomará posesión la primera Presidenta de México y anteayer se propusieron reglas en el parlamento europeo para que cada país integrante, presente candidaturas paritarias.

El optimismo se desvanece cuando, simultáneamente, atestiguamos retrocesos en el continente y en el mundo tanto respecto de los derechos de las mujeres como de la población LGBTIQ+. En México, tenemos la tranquilidad de que no habrá retrocesos durante los siguientes años; sin embargo, otros vientos soplan en América Latina y en el planeta entero.

Históricamente, el freno o retroceso de los derechos de las mujeres y la población LGBTIQ+ ha venido desde la religión o desde la política. Lo más grave es cuando religión y política se mezclan. En su momento, fueron decisiones políticas traducidas al derecho las que, siguiendo las reglas del patriarcado, colocaron en una posición de inferioridad a las mujeres durante siglos y no reconocieron derecho alguno a la población LGBTIQ+. Las reglas quedaron escritas dejando a las mujeres en posiciones de inferioridad en muchos rubros, tanto en el derecho familiar, en cuestiones civiles, en el diseño de los tipos penales, en las brechas laborales, etcétera.

La lucha feminista, de manera constante y sistemática, fue logrando revertir las reglas de desigualdad y ha tenido como uno de sus propósitos que más mujeres participen en la vida pública. Se parte de la idea de que legisladoras impulsarán la agenda igualitaria en todos los rubros y no permitirán retrocesos.

Al mismo tiempo, en América Latina, los pastores evangélicos, más que la iglesia católica -aunque a veces se suman-, empezaron paulatinamente a tener presencia en los partidos políticos existentes o a crear los propios para impulsar su agenda anti-derechos. Así, comenzó el retroceso en varios frentes.

De un lado, hay ciencia y razones; del otro, dogmas, oscurantismo y fe ciega. La interlocución se hace imposible cuando se confunde la tribuna con el púlpito, al argumento con la prédica y a la ciudadanía con feligresía.

En México tenemos casi 170 años de Estado laico. En contraste, varios países del continente siguen siendo estados confesionales o el laicismo sólo es un membrete constitucional. El lema del gobierno de Paraguay, por ejemplo, es Patria, Religión y Familia. En Brasil, los evangélicos tienen fuerte presencia en las Cámaras. En Centroamérica y en la mayoría de los países del Caribe estos grupos dominan los órganos legislativos y desde ahí frenan los derechos con base en creencias religiosas que colocan a la mujer en un plano subordinado y no sólo invisibilizan, sino también sancionan a la población LGBTIQ+. El legislador terrenal se arroga la vocería de la voluntad divina en perjuicio de las mujeres y personas con orientación sexual e identidad de género fuera de sus normas.

Tener la radiografía de lo que está pasando con elementos geopolíticos es muy importante para tener clara la fuerza de estos grupos y la respuesta que habremos de dar de manera organizada y puntual quienes estamos por la igualdad, la no discriminación y la defensa de los derechos humanos.

Catedrática de la UNAM

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