Desde mi etapa de formación en la Facultad de Derecho, cuando ya sentía fascinación por el Derecho Constitucional, cayó en mis manos un libro que iba más allá del Derecho. Cruzaba la línea del riguroso objeto de estudio y ponía a la política a decir sus verdades. Me refiero al Presidencialismo Mexicano, de Jorge Carpizo. En este libro, se hacía referencia a lo que él llamó las facultades metaconstitucionales en el sistema político mexicano. Dos años antes, José López Portillo había sido candidato único a la Presidencia y Mario Moya Palencia había visto muy de cerca el proceso del dedazo y la cargada a favor de quien luego llegó a ser Presidente. Una de las facultades metaconstitucionales era justamente la designación del sucesor.
López Portillo tuvo el mérito de impulsar, bajo el mando y coordinación de Jesús Reyes Heroles, la reforma electoral del 77. La oposición de entonces comenzó a encontrar cauces institucionales para competir en la arena pública.
El dedazo se dio de López Portillo a De la Madrid, de De La Madrid a Salinas, de Salinas a Colosio y después del trágico incidente, a Zedillo. Después de Zedillo vino la transición y el dedazo pasó a formar parte del pasado político.
Carpizo mencionaba otra facultad metaconstitucional que estaba relacionada con que el Presidente de la República también era la cabeza del partido en el poder. Esto terminó también con Zedillo a partir de la famosa frase en la que dejó claro que su relación con el PRI, el partido hegemónico de entonces, iba a ser de sana distancia. Eso terminó de resquebrajar el ya desvencijado sistema político mexicano que, finalmente, posibilitó la transición. Atrás quedaban las fuerzas vivas que seguían al líder repitiendo su decisión como si fuera propia. Atrás quedaba también la disciplina partidista y todo lo que ella implicaba.
Zedillo impulsó la reforma electoral de 1996 que dio nacimiento al IFE y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Se inauguró con ello una nueva etapa institucional. Necesitábamos de un árbitro electoral y de un poder legitimador para las nuevas condiciones democráticas.
El libro de Carpizo pasó a la sección de los libros de historia en mi biblioteca. La normalidad democrática caminaba con pasos firmes y nada presagiaba un regreso al pasado.
Hoy, sin embargo, hay una nueva realidad en lo que podría considerarse un mundo paralelo. El mismo día que el INE dio formalmente inicio al proceso electoral, cuyos tiempos están precisados en la Constitución, el Presidente de la República entregó el bastón de mando, símbolo de poder en las comunidades indígenas de México a Claudia Sheinbaum, con el compromiso de que continúe con un proyecto que denominan Cuarta Transformación. En ese acto, el Presidente, no era el Presidente, sino el líder del proyecto transformador; así que no significa que por ello vaya a dejar de cumplir con sus obligaciones constitucionales. Sólo pasó simbólicamente el mando a quien fielmente prometió continuar al pie de la letra con su legado.
En estos mundos paralelos, la entrega del bastón no tiene consecuencia alguna para el Derecho. Ocupará la Presidencia de México quién, en su momento, culminado el proceso electoral, obtenga la constancia de mayoría por parte del Tribunal Electoral. Los sucesos políticos recientes habrán de entrar —necesariamente— al cauce de las instituciones jurídicas que son las que tienen la última palabra.