Yo quisiera decir que la piedra que golpeó repetidamente la cabeza de la jovencita de Teotihuacán fue la piedra que también golpeó nuestras conciencias. No lo sé. Ojalá nos moviera y nos conmoviera no solo hasta las lágrimas sino hacia acciones contundentes.

Ver a dos adolescentes peleando rodeadas de jóvenes espectadores que azuzan, gritan y aplauden es una imagen ya de por sí insoportable. Saber que esa pelea desembocó en la muerte de una de ellas por traumatismo cráneo encefálico es triste, indignante y debe llevar a una profunda reflexión colectiva, más allá de los momentos estelares y los juicios sumarios de las redes.

¿Hasta dónde están llegando los niveles de violencia? ¿Cuál había sido la constante en la vida de ambas jovencitas en sus escasos 14 años?

Una, víctima de bullying, quería terminar con su constante pesadilla. Por eso aceptó el reto. Estaba harta. Desbordada. Que alguien no se levante feliz para ir a la escuela, sino que la acompañe el miedo, ya es grave. En la escuela se aprende, pero también se socializa y ella era una joven que se aislaba con frecuencia. La escuela debería ser un espacio libre de violencia. De todas las violencias. ¿Supo la familia qué hacer cuando percibieron la resistencia a asistir a las aulas? ¿Minimizaron el hecho? ¿Supo la maestra que hacer? ¿Minimizó el hecho? ¿Supo la directora qué hacer? ¿Minimizó el hecho?

¿Existen protocolos claros que orienten a estudiantes, madres, padres, familia en general, maestras y directoras para saber cómo proceder en casos de bullying? ¿Alguien lo está tomando realmente en serio? Porque decir que el acoso escolar siempre ha existido y que la generación llamada de cristal no aguanta nada, es algo inaceptable.

No es un secreto que llevamos años en una espiral desbordada de violencia en todos los ámbitos; además, se le van agregando modalidades. En las escuelas se ha incrementado la violencia digital. ¿Qué llevó a ese nivel de rabia a la agresora? ¿Qué puede llevar a los otros adolescentes espectadores a no intervenir, a no frenar, a “disfrutar” del espectáculo, sin ring, sin máscaras, sin guantes, sin cuerdas? En el cuadrilátero imaginario está una estudiante de secundaria con la típica falda a cuadros que descarga su ira contra otra de su edad por motivos incomprensibles. ¿Qué puede llevarte hasta allá? Golpeaba a su compañera, pero también a algo más. Cómo entender tanta necesidad de descargar el odio contenido.

Después de la riña, las autoridades jurisdiccionales tendrán que esperar los peritajes idóneos para determinar el nivel de la culpa de la adolescente y también valorar lo que una posible negligencia médica en el hospital pudo contribuir al desenlace.

Por lo pronto, hay dos familias destrozadas. En una casa hubo funeral y llanto. En la otra, también llanto por el vacío que deja una joven que será juzgada bajo el sistema de justicia para adolescentes. Ya está detenida y con ella sus sueños.

Ninguna de las dos tuvo derecho a soñar, a pensar en qué ser cuando fueran grandes. Una ya no fue grande. Respecto de la otra, solo cabe la esperanza de un buen acompañamiento psicológico para que continúe su vida después de esta amarga pausa.

La deuda con nuestras infancias y adolescencias es muy grande. No existen condiciones para garantizarles hoy un desarrollo seguro, libre, feliz y digno.

Catedrática de la UNAM


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