“Papá cambió al mundo” fue la frase que Gianna, hija de George Floyd, pronunció sobre los hombros de Stephen Jackson quien, con sus más de dos metros de estatura, permitió que la niña viera, desde una perspectiva distinta, a la multitud furibunda que reaccionaba ante la injusta muerte de su padre. La niña, de solo 6 años, está segura de que así será: que el mundo va a ser diferente.

Es una pena que, desde el escepticismo, no podamos asegurarle a Gianna que el mundo sí va a cambiar a raíz de la muerte su padre y de la ola de protestas que generó su homicidio.

Cada cabeza es un mundo y el mundo que hay en cada cabeza no ha modificado su manera de ver al otro ni aun después del encierro al que nos obligó la pandemia; porque, así como Gianna asegura que el mundo ya cambió, en las distintas latitudes, esa era la esperanza después del encie rro: que saliéramos a la calle otros seres, más empáticos, menos prejuiciados y más humanos como producto de la introspección forzada con tantas horas de baja socialización.

En lo personal, temo que el mundo siga igual. Que el racismo, el clasismo, el sexismo y la homofobia sigan ahí a pesar de las personas que mueren y de las reacciones que generan en lo inmediato sus muertes.

En los Estados Unidos, el fenómeno de abuso hacia el afrodescendiente, hacia el latino y hacia el migrante ha sido el común denominador con la diferencia que, ahora, se ha reforzado desde la mismísima Casa Blanca.

Son decenas de casos repetidos de abuso de policías blancos en contra de afrodescendientes y latinos. Los afrodescendientes están mejor organizados y más empoderados desde el impulso que dio Martin Luther King en los años 60. En el mismo año de su asesinato, se dio la protesta de los atletas afroamericanos con sus guantes negros en la Olimpiada de México. Nadie duda de que ha habido cambios en los últimos 50 años, pero el racismo se sigue expresando, sobre todo, en los abusos de la policía.

En 1991, Rodney King, taxista afroamericano, fue golpeado brutalmente por 14 policías al ser detenido por conducir a alta velocidad. Los elementos fueron absueltos casi un año después y hubo 6 días de disturbios sociales. 63 personas perdieron la vida en las protestas.

En febrero de 2012, George Zimmerman, un vigilante blanco, disparó y asesinó a Tayvor Martin un joven afroamericano de 17 años en Florida. No obstante que Tayvor no iba armado, el vigilante alegó defensa propia y fue absuelto.

En agosto de 2014, Eric Garner murió asfixiado por un policía blanco en Nueva York. Menos de un mes después, murió en Ferguson, Missouri, Michael Brown, un afroamericano de 18 años. En los dos casos los agentes fueron exculpados.

En noviembre de 2014, Tamir Rice, de solo doce años, portaba una pistola de juguete y fue abatido en Cleveland. Se exculpó al policía que le disparó.

Podríamos seguir el recuento. Los casos que alcanzan cobertura mediática han sido al menos tres por año. En 2020, hubo dos anteriores al asesinato de Floyd. El 23 de febrero murió Anhayd Arbery un joven de 25 años que estaba haciendo deporte en Glynn, Georgia. Un expolicía blanco lo privó de la vida. El 13 de marzo fue una mujer: Breona Taylor, de 26 años, quien perdió la vida en su propia casa cuando entró la policía con una orden de allanamiento.

Los casos de uso desproporcionado de la fuerza siguen siendo muy comunes. El caso de Floyd es el último en suceder, pero, desafortunadamente, no va a ser el último que vaya a suceder.

Cada muerte debería mover no solo a quienes salen a las calles a mostrar su enojo, sino de los que siguen encerrados en sus privilegios de raza, de sexo o de clase. Mientras un lado se desata, el otro permanece encapsulado. Gianna, con su sonrisa y optimismo, debería impactar en lo más profundo de las consciencias; más bien, de las inconsciencias.



Catedrática de la UNAM. @leticia_bonifaz

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