El Convenio 189 de la OIT por fin fue ratificado por el Senado de la República. México se sumó al reconocimiento de los derechos de las trabajadoras del hogar en el plano internacional.
Aunque la ratificación del Tratado se había colocado como meta de muchas activistas, el cambio fundamental tendrá que darse en cada uno de nuestros hogares para hacerlo efectivo.
La conquista de estos derechos resultó atípica porque culminó donde muchos derechos han iniciado: con el reconocimiento de las Naciones del mundo. Son derechos que llegan retrasados un siglo porque los del resto de los trabajadores fueron conquista de principios del Siglo XX. El mismo nacimiento de la Organización Internacional del Trabajo así lo demuestra. La OIT cumplió 100 años de existencia este 2019.
En México, la Constitución de 1917 y las dos Leyes Federales del Trabajo que del Siglo XX fueron ejemplo mundial de reconocimiento de derechos laborales; sin embargo, un grupo estuvo excluido: el de las trabajadoras del hogar a las que la justicia volteó a ver hace relativamente poco tiempo. ¿Por qué? Sin duda por tratarse de un grupo con altísima vulnerabilidad. El 95 por ciento de quienes realizan el trabajo del hogar son mujeres y en su mayoría mujeres indígenas.
El trabajo que fue visible para proteger a principios del Siglo XX fue el que se realizaba fuera de la casa; el que se desarrollaba en las fábricas y en el campo. Ese trabajo fue el que encontró en el artículo 123 un esquema de protección social con el que México se colocó a la vanguardia mundial. El trabajo doméstico en cambio, tanto el remunerado como el no remunerado, permaneció durante muchos años sin ser valorado, sin ser considerado siquiera trabajo.
Así como la última violencia que se visibilizó fue la que se da entre las paredes de una casa, el último trabajo que se valoró fue el que se realiza en el hogar: limpiar, barrer, trapear, planchar, lavar, acomodar, sacudir, cocinar, cuidar a los niños o a las personas mayores parecían labores que, por cotidianas, no tenían valía. Es curioso: lo más cercano a nuestros ojos sigue siendo lo más lejano de nuestra apreciación.
Realizar el trabajo doméstico parecería que no requiere de preparación alguna, cuando en realidad, muchas niñas, desde su tierna edad, aprendieron a hacer todas estas labores que replican después, a cambio de un sueldo, en casas donde a menudo sufren discriminación, abusos y negación de derechos.
No es casual que el logro de la ratificación se haya dado en esta que se llama legislatura de la paridad. Pudimos ver en el Senado a mujeres de todos los partidos políticos impulsando el tema: Patricia Mercado, Malú Mícher, Claudia Ruiz Massieu, Kenia López Rabadán, y muchas más, se colocaron al lado de quienes, durante todo el sexenio anterior, obtuvieron respuestas negativas desde la Secretaría de Hacienda porque las corridas financieras no mostraban viabilidad económica para la firma del Convenio; pero la incansable Marcelina Bautista —esa pequeña gran mujer— y sus aliadas, continuaron en pie de lucha. Como dicen ellas: fregaron y fregaron hasta que lo lograron.
Fregar significa restregar con fuerza, frotar una cosa con un paño o estropajo; pero también significa fastidiar, molestar, hastiar, abrumar. Exigir derechos y acompañar una causa justa no debería abrumar ni molestar a nadie, sin embargo, para algunos sectores siempre ha sido necesario exigir, alzar la voz, estar ahí, hacer visible lo invisibilizado, insistir, no cejar e ir sumando alianzas.
Hay que estar conscientes de que la tarea no ha terminado porque, así como el trabajo del hogar es siempre inacabado, la lucha por los derechos también. La ventaja es que hoy no hay que sensibilizar ya a jefes de Estado, sino a cabezas de familia que tienen la gran oportunidad de hacer justicia de proximidad: codo a codo.
Catedrática de la UNAM.
@leticia_ bonifaz