En un tono serio, Jhovany le dijo a su mamá: me gustaría que habláramos hoy en la noche. ¿A qué hora llegas? -Quiero que estemos todos-, le había recalcado. El camino de regreso a casa se hizo más tardado que de costumbre para doña Antonieta. Quería saber pronto qué era tan importante para ameritar la reunión familiar. Cuando estuvieron reunidos, Jhovany les comentó que tenía todo preparado para migrar a los Estados Unidos. ¡Otra vez con eso! Le dijo doña Antonieta, recordando las dos ocasiones previas en que había logrado persuadirlo de no irse. ¡Ya no me voy a oponer!, le dijo, pero estás recién casado y tu suegro te está dando un buen trabajo. Aquí tenemos poco, pero hay de todo. Además, tu primo está grave con pocas posibilidades de sobrevivir. ¡Ay, mamá! Ya no podemos hacer nada, si Dios ya decidió que tiene que irse, se irá y no vaya Usted a andar llorando porque eso lo va a atormentar más.

Viendo a los ojos a su esposo y a su joven nuera, doña Antonieta le dio la bendición. Es tu decisión. Yo ya no voy a opinar, pero sería bueno que lo platiques bien con tu esposa. ¡Llevan cinco meses de casados! Si ella está de acuerdo, pues ¡qué se le va a hacer!

Así fue como inició la travesía. Jhovany dejó Tzimol, Chiapas, el 28 de febrero pasado. Fue enviando mensajes en su camino hacia el norte. Recibieron la última comunicación desde Nuevo Laredo el 8 de marzo. El 9 en la madrugada cruzarían el río Bravo. Después, se hizo el silencio. Gali, la esposa, veía insistentemente su celular y nada. Ningún mensaje, ¡Hay que tener paciencia! Pronto nos dirá que ya está del otro lado. En familia se trataban de convencer unos a otros de que todo iba bien, aunque algo les decía que no. El silencio no era un buen indicador.

Por fin sonó el celular. Con una llamada del 14 de marzo, les comunicaron que habían encontrado un cuerpo y que podía ser el de Jhovany porque traía la credencial del INE. Les pidieron que enviaran fotos para la identificación plena. El consulado de México en Laredo comenzó a asesorarlos y a darles acompañamiento. A la modesta casita empezaron a llegar las visitas de los más cercanos. La noticia fue corriendo de boca en boca y la sensación de tristeza invadió al pueblo entero.

Todavía no nos han confirmado, insiste la esposa, que aún alberga una última esperanza. Al mismo tiempo que se preguntan cómo le van a hacer con los gastos del traslado y el funeral.

Doña Antonieta no puede con tanto dolor. El sobrino al que cuidada falleció un día después de que recibieran la infausta noticia. Pero ella es fuerte y quiere contener las lágrimas porque su hijo le pidió no llorar. Eso no impide que sus ojos tengan a menudo destellos de cristal y se lleve discretamente una mano al rostro. Ella cree en el destino y está segura de que no podía haberlo cambiado. La decisión fue de él, insiste, pero, aunque era su sueño, ¡duele en lo más profundo entregar a un hijo!

En tanto llegan noticias oficiales, ya les contaron algunos sobrevivientes que intentaron cruzar en una lancha inflable y que algo provocó que se desinflara. Jhovany no sabía nadar a pesar de haber crecido muy cerca del Río San Vicente. A sus compañeros se los llevaron detenidos. Se va reconstruyendo poco a poco la historia.

La familia enfrenta la incertidumbre en cada uno de estos alargados días. Los vecinos siguen acompañando el dolor. Pronto habrá noticias, repiten.

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