El próximo martes se cumplen 529 años de la llegada de Colón a lo que él pensaba eran las Indias. El hecho parece remoto, pero en los últimos meses ha estado a flor de piel. Hace un año, la estatua de Colón, inaugurada en 1877, fue removida de su emblemático sitio en el Paseo de la Reforma porque, aparentemente, sería restaurada a profundidad. Hace apenas un mes, trascendió que sería reemplazada por la cabeza de una “mujer olmeca” a la que llamaron Tlalli. La propuesta no fue bien recibida porque, por lo estilizado de la obra, había poca coincidencia con el rostro de una mujer indígena mexicana. El 14 de septiembre, la Jefa de Gobierno anunció que Tlalli no será quien sustituya a Colón y que el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios públicos será el encargado de elegir la pieza sustituta.
Días después, varias mujeres llegaron hasta la glorieta, escalaron la base y colocaron lo que llamaron una “antimonumenta”. Se trata de una mujer con el puño en alto. Exigieron que esa glorieta sea llamada “de las mujeres que luchan” haciendo alusión a quienes buscan a sus hijos desaparecidos y a las que, en distintos frentes, buscan parar la espiral de violencia feminicida. La acción es muy relevante sobre todo si se recuerda que, en las últimas marchas, se ha puesto más atención a los monumentos y su valor histórico que a las causas de la ira feminista: feminicidios, desapariciones y violencia contra las mujeres.
La conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlán llevó al gobierno de la Ciudad de México a renombrar calles. La calle de Puente de Alvarado, en alusión al conquistador, se llama, desde el 19 de agosto pasado, México Tenochtitlan y el ahuehuete tradicionalmente conocido como “árbol de la noche triste” en Popotla, es ahora el “árbol de la noche victoriosa” porque fue Cortés quien esa noche del 30 de julio de 1520, perdió la batalla.
Buscando datos sobre remoción de monumentos encontré que, en Bogotá, el 11 de junio pasado retiraron las estatuas de Colón e Isabel La Católica. En la Ciudad de México, a Isabel de Castilla, nombrada la católica por el Papa Alejandro VI, no se le erigió monumento alguno, pero sí lleva su nombre una calle en pleno centro histórico. La estación de metro cercana es la representación de una carabela. Como sabemos, Colón no hubiera podido emprender el viaje sin la ayuda de Isabel.
No sé si el proceso de renombrar calles alcance a Isabel la Católica. Sobre ella hay que decir que, en la historia del feminismo, hoy se le reconoce como impulsora de la presencia de mujeres en las Universidades en un tiempo inimaginable. Luisa de Medrano ocupó una cátedra en la Universidad de Salamanca en 1508 y Francisca de Nebrija dio clases en Alcalá en la misma época.
De la estatua de Carlos IV en la plaza Tolsá nada se dice, porque independientemente de quien sea el personaje, el cariño de los capitalinos es hacia el caballito, como se le conoce y admira.
La estatua de Cuauhtémoc fue colocada en Reforma diez años después que la de Colón. Lejos estamos de pensar en un monumento a la Malinche y menos de que en el imaginario sea vista como la inteligentísima mujer, hábil para los idiomas que, por supuesto, también fue víctima.
Más allá de los pedestales, la vida fluye, e independientemente del personaje en turno, seguimos en el esfuerzo de resignificar la historia pasada y presente, entre la memoria y el intento parcial de olvido.