Ayer se celebró el día del amor. Fue día de flores, chocolates, globos y mensajitos. Cada generación ha tenido su manera de enamorarse. Tiempos pasados no fueron mejores sino diferentes. Muchas parejas del siglo XIX no vivieron el amor romántico y, después de un pacto entre familias, conocían a sus parejas días antes de casarse. La voluntad de los pretendientes era lo que menos importaba. El amor llegaría después, si llegaba. La sexualidad y la procreación estaban disociadas del amor romántico.

Hasta antes de la invención del teléfono y de que éste se volviera común en los hogares, las cartas fueron los medios de comunicación de los sentimientos. Comunicación que llevaba pausas y largas esperas en las respuestas. Nada que ver con la inmediatez de las comunicaciones de hoy y con el amor en los tiempos del face time.

La segunda mitad del siglo XX fue alcanzada por la revolución sexual, la píldora anticonceptiva y el rompimiento de la idea de que se debe transitar de dos en dos y para toda la vida. Los cincuentas y sesentas dieron un giro en los roles y en la misma idea del amor eterno. La mujer había jugado antes un rol pasivo: a ella la elegían; tenía que esperar que el hombre tomara la iniciativa, salvo excepciones de algunas mujeres que rompieron cánones.

Hoy las relaciones son más abiertas, más igualitarias, pero no por ello menos exentas de violencia. Y eso es lo preocupante. Hace algunos lustros se empezó a documentar y a medir la violencia en el noviazgo. Hoy, los chavos pueden ser amigos, novios, amigovios, amigos con derechos, free y otras formas de relacionarse de manera permanente o intermitente. A las relaciones difíciles y conflictivas les llaman relaciones tóxicas o de personas tóxicas, pasando el término de la química a lo psicosocial; sin embargo, en una relación de las llamadas tóxicas puede haber violencia psicológica, e incluso física e ir en ascenso paulatino.

Nunca una generación como la de los jóvenes de hoy ha tenido tanta información sobre la sexualidad como ahora, aunque no necesariamente sobre los riesgos a los que están expuestos. Es propio de la edad que los jóvenes se quieran comer al mundo; pero la violencia y los abusos pueden acabar con su vida o con el libre y sano desarrollo de sus personalidades y su futuro.

Las dobles morales y las simulaciones en muchos casos, afortunadamente, quedaron atrás, sobre todo respecto del amor entre personas del mismo sexo. Pero, aunque se está viviendo el amor de otra manera, es muy importante que se siga identificando que eso que llaman tóxico puede desembocar en distintos tipos y grados de violencia.

En el noviazgo y relaciones equivalentes se debe reforzar el “No es no”; debe quedar claro que todas las decisiones son compartidas y que requieren del mutuo y libre consentimiento. Nada de seguir responsabilizando solo a la mujer: “El hombre llega hasta donde la mujer quiere” se decía. Una forma sencilla de exculpar al hombre.

Me preocupa que, al hablar de relaciones tóxicas, los chavos y chavas no estén nombrando a la realidad y se minimicen los riesgos. Me inquieta que se vea una aparente normalidad detrás de los celos desmedidos: que se vea normal el control del celular, de la ropa, de los amigos, de los gustos, de las decisiones.

El último caso del mes, el feminicidio de Ingrid, nos dejó de nuevo sin palabras. Ella tal vez vio solo algo tóxico en su relación, pero no el comportamiento extremadamente peligroso de la pareja —que seguramente fue en ascenso— hasta terminar con su vida. De nuevo la saña, la exhibición pública, el sufrimiento extremo, el horror sin límites. Un horror que no pudo derivarse del amor pero que el feminicida usó como careta.

Las víctimas se sumen en el miedo, en la impotencia, en la desesperación. La sociedad, en tanto, se anega en el estupor.



Catedrática de la UNAM.
@leticia_bonifaz

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