Leslie Idalia Jiménez Urzua

El espectáculo de la violencia estatal: La casa de los famosos y la trivialización del dolor

Para ponerlo en perspectiva, han votado más personas por Mario Bezares, Brigitte Bozzo o Karime Pindter que las personas que votaron por Xóchitl Gálvez o Eduardo Álvarez Máynez

Leslie Jiménez Urzua, coordinadora de Proyectos en Impunidad Cero. Foto: EL UNIVERSAL
23/08/2024 |00:00
Leslie Jiménez Urzua
Coordinadora de Proyectos en Impunidad CeroVer perfil

En su obra “La guerra contra las mujeres”; Rita Segato examina cómo la se transforma en un espectáculo que alimenta el morbo, refuerza las estructuras patriarcales y trivializa la gravedad de la violencia, convirtiéndola en una forma de entretenimiento. Esta idea resuena profundamente con lo que hemos presenciado en la segunda temporada del reality show “”.

Aunque los reality shows son un formato de telerrealidad al presentar “la vida real cotidiana” que tiene sus orígenes en An American Family de 1973, la cual mostraba a una típica familia americana sobrellevando sus días lo que ha ocurrido en las últimas década es una transformación preocupante, al dirigirse hacia una dimensión enmarcada en el morbo sensacionalista provocado por el dolor, en respuesta a la creciente demanda de contenido más real y dramático.

Surgiendo así en 1999 el programa neerlandés ; inspirado en la novela 1984 de George Orwell. Así como Orwell explora la eterna vigilancia, en este programa se introduce esta idea como entretenimiento, grabando la convivencia de las personas participantes las 24 horas del día en completo aislamiento. Este formato evolucionó para dar lugar al programa “La casa de los famosos”; donde vemos “el día a día” de personas con capitales económicos, sociales y culturales, ofreciendo sus vidas como espectáculo para el consumo masivo.

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De acuerdo con datos recientes de TelevisaUnivisión, el programa ha aumentado su audiencia en un 30%, en comparación con la temporada anterior, registrando más de 35 millones de votos del público en sus galas de expulsión. Este resultado ha sido calificado como “un hito audiovisual y fenómeno social nunca antes visto en la televisión mexicana”. Para ponerlo en perspectiva, han votado más personas por Mario Bezares, Brigitte Bozzo o que las personas que votaron por o Eduardo Álvarez Máynez, que incluso por el PRD en las pasadas elecciones.

Ante este panorama, la pregunta ya no es si debemos o no ver este tipo de programas, sino si podemos seguir pensando que no tienen repercusiones en nuestra realidad. En un país que se dice preparado para tener a su primera presidenta y un tiempo de mujeres, también sucede que el 70% de las mujeres han experimentado algún tipo de violencia psicológica, física, sexual, económica o patrimonial a lo largo de sus vidas. De hecho, 10.3 millones de mujeres han sido víctimas de ciberacoso, y entre 2016 a 2021, la impunidad acumulada en el delito de feminicidio alcanzó el 56% a nivel nacional. Es decir, menos de la mitad de los registrados han resultado en una sentencia condenatoria desde la implementación del sistema de justicia penal y la tipificación gradual del delito en las entidades federativas.

La violencia de género que se ha manifestado en “La casa de los famosos”, ha alcanzado niveles alarmantes, incluyendo comentarios de apología feminicida, como sugerir “arrojar agua hirviendo o aceite caliente”, al rostro de Brigitte Bozzo, la participante más joven. Además de estos comentarios, Brigitte ha sufrido restricción en su alimentación, violencia física, emocional y estética, y ha sido revictimizada por su experiencia de violencia en pareja que señaló vivió y que las autoridades ignoraron. Mientras tanto, las reacciones de algunos de sus compañeros en el programa han sido de risas y burlas, y la productora del programa, que debería garantizar un espacio libre de violencia, ha mantenido un silencio inquietante.

Este fenómeno, en el que el morbo se convierte en un recurso de entretenimiento, no solo implica a las personas participantes, sino que también es un ejemplo de las actitudes patriarcales de la sociedad. Resulta aún más alarmante cuando recordamos que este tipo de contenido también es consumido por operadores del sistema de justicia, lo que añade una capa adicional de complejidad al problema. Porque no es dejar de verlo y ya, sino la normalización de la violencia que nos lleva a cuestionar la perpetuación de una cultura que trivializa el sufrimiento y violencia de las mujeres como un espectáculo de dolor.

A menudo las mujeres en México no denuncian por miedo, vergüenza o por esta idea arraiga desafortunadamente que las autoridades no les van a creer. Paula Sibilia, señala que los reality shows están íntimamente ligados a los profundos cambios en nuestras sociedades. Si una televisora y productora eligen ignorar los comunicados institucionales sobre la violencia, al no habilitar canales de denuncia, mecanismos de sensibilización o medidas de reparación, ¿qué podemos esperar para las mujeres que buscan justicia en fiscalías o procuradurías?

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Este problema se agrava cuando consideramos que, en las discusiones sobre la reforma al poder judicial, las fiscalías, procuradurías y policías, las primeras instancias de contacto para muchas víctimas de violencia, han sido completamente ignoradas. Además, existe el riesgo que personas con actitudes misóginas pero con alta popularidad puedan llegar a ser jueces y negar órdenes de restricción, o el creciente militarismo de la seguridad pública con la posible transferencia de la Guardia Nacional a la Sedena, que ha propiciado una violencia diferencial hacia las mujeres. Esto plantea serias preocupaciones.

Kate Millet afirmaba que lo personal es político, y esta frase cobra una relevancia particular en el contexto de “La casa de los famosos”. Al trivializar con la violencia contra las mujeres, se refuerzan las estructuras patriarcales y la indiferencia de los medios y del estado, ante actos que no son problemas privados, sino manifestaciones de fallas estructurales que requieren intervención política y social urgente. Como ha dicho nuestra presidenta electa, lo que no se nombra no existe, por lo tanto, debemos no solo nombrar nuestras violencias, sino también exigir que el estado reconozca nuestros sufrimientos y facilite nuestro camino hacia la justicia.

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