Hola, persona lectora. Te doy la bienvenida a este espacio de opinión que empezaré a escribir a partir de este viernes. Inicialmente, pensé en abordar las discusiones actuales sobre la desgastada . Sin embargo, me di cuenta de que antes de sumergirnos en temas tan serios, es fundamental que conozcas quién soy.

Soy Leslie, nacida y criada en la Ciudad de México. Soy Géminis y abogada, formada en escuelas públicas y criada por dos mujeres valientes, Sandra y Amalia. Decidí estudiar derecho por admiración a mi papá y mi hermano Toño, a quien siempre le agradeceré haberme enseñado a amar a los Pumas. Crecí en medio del fenómeno cultural de los emos en la glorieta de los Insurgentes, así como del miedo a contestar números desconocidos y a abrir el periódico, temiendo encontrar otra foto de alguien asesinado.

Pertenecí a la generación de los “nuevos juicios orales” en el , una generación que aún se cuestiona qué entendemos realmente por justicia.

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En el momento que supe que escribiría esta columna, he estado emocionada por la oportunidad de conocerte y de que me conozcas. En medio de esta alegría, reflexioné sobre un tema que ha marcado mi vida: el cuerpo como campo de batalla, especialmente ante los ataques violentos dirigidos hacia mí y hacia otras mujeres que admiro y con quienes comparto la oportunidad de este espacio.

Desde pequeña, mi cuerpo ha sido un terreno de lucha constante. Sin embargo, no fui realmente consciente del espacio que ocupaba hasta que, en el kínder, una maestra me señaló por tener un “cuerpo grande”, ubicándome siempre al final de la fila de cualquier evento. A pesar de los esfuerzos de mi madre y mi abuela por hacerme sentir segura en mi piel, la realidad de la sociedad no tardó en golpearme. Un tío me dijo cuando tenía diez años que sería más bonita si fuera más “chiquita”. En ese momento no lo entendí, pero años después comprendí que “grande” era un eufemismo para “gorda”.

Esta reflexión sobre el cuerpo que habito me ha llevado a cuestionarme en innumerables ocasiones sobre la representación de cuerpos diversos en espacios de poder. Si de por sí ver mujeres en espacios de poder es algo extraordinariamente reciente, me di cuenta de lo excepcionalmente raro que es ver a mujeres con cuerpos grandes ocupando dichos espacios. Cuando vi los comentarios y caricaturas humillantes hacia la primera ministra presidenta en la historia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, una mujer cuyo cuerpo no encaja en los estándares normativos, entendí algo importante: las personas no odian a las mujeres, odian los cuerpos de mujeres que no les son útiles.

Es curioso, querida persona lectora, que a pesar de contar con un marco legal integral para prevenir, erradicar y sancionar la , como la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, la violencia estética no está reconocida ni advertida, y sigue siendo una realidad ignorada, silenciada y normalizada. La violencia estética, al igual que la psicológica, emocional, económica y sexual, afecta profundamente a quienes habitamos cuerpos que no son considerados “estéticos”.

El comentario de @Crikoso3, llamando a mi cuerpo “costal de grasa”, es un ejemplo de violencia estética. Esther Pineda ha dado sentido y comprensión a este concepto, definiéndolo como un conjunto de narrativas, representaciones, prácticas e instituciones que presionan y obligan a las mujeres a responder al canon de belleza. Este tipo de violencia se fundamenta en criterios sexistas, racistas, gerontofóbicos y .

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Para @Noble69, mi opinión o lo que tengo que decirle al mundo no importa, no solo por ser mujer sino por mi cuerpo, al cual considera inferior física, estética e intelectualmente. Ese cuerpo que me permitió sentir por primera vez el mar, llorar al morderme la lengua, y sentir orgullo de ser la primera mujer titulada en mi familia, es el que habito todos los días.

Hasta ahora, solo el estado de Guanajuato ha reconocido esta violencia en su ley de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, y lo hizo este año. Allí se reconoce esta violencia como un acto que lesiona o daña la dignidad, integridad o libertad de las mujeres a partir de la presión sobre la apariencia física y el prototipo de belleza.

¿Cambia algo que legalmente se identifique la violencia? De acuerdo con la ENDIREH 2021, 7 de cada 10 mujeres encuestadas afirmaron haber experimentado un episodio de violencia en su vida; siendo el tipo de violencia más común que vivieron fue la psicológica (51.6%), una consecuencia de la violencia estética. El nombramiento de la violencia ayuda a reconocer lo que sentimos, pero si lo dejamos solo en eso, no hay un cambio trascendental ni mucho menos justicia.

El problema con el marco legal con perspectiva de género del Estado mexicano es que reconocer derechos no es lo mismo que reconocer violencias, y mucho menos sancionarlas. De nada sirve tener una ley que hable de la violencia estética que he vivido toda mi vida si no comprende que esta violencia no se vive de forma aislada.

Así que, ahora que ya me conoces y conoces mi primer campo de batalla, te invito a que nos encontremos cada viernes para conversar sobre cómo el derecho y el género se entrelazan. Nos vemos el próximo viernes, querida persona lectora.

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