El pasado martes 1 de octubre, México vivió uno de sus momentos históricos más importantes: la toma de protesta de nuestra nueva presidenta, Claudia Sheinbaum. Su discurso fue contundente, simbólico y hasta cierto punto esperanzador. En él, habló de la necesidad de reconocer la presencia de las mujeres en todas las disciplinas y sectores, subrayando la importancia de nombrarlas. Recordó a quienes, antes que ella, lucharon por ocupar espacios públicos, y reconoció a las mujeres que nos rodean, pronunciando frases como “es tiempo de mujeres” y “llegamos todas”. Sin embargo, vale la pena preguntarse ¿llegamos realmente todas, y a dónde hemos llegado?
En el pleno de la Cámara de Diputados, pudimos ver a la Dra. Claudia Sheinbaum, con la banda presidencial, flanqueada por dos figuras históricas: Ifigenia Martínez y Norma Piña, ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tres mujeres que, en sus respectivos ámbitos, rompieron techos de cristal y ahora lideran los tres poderes de la unión. Sin embargo, esta imagen no puede ocultar las grietas en el Poder Judicial ni el hecho de que, en el Legislativo, persisten hombres agresores sexuales y quienes los encubren, ocupando posiciones de poder.
No podemos afirmar que hemos llegado todas. Todavía hay mujeres que buscan a sus seres queridos desaparecidos, mujeres que exigen justicia por las que ya no están, mujeres que se manifiestan en las calles para que se reconozca un sistema de cuidados. Otras muchas luchan por condiciones laborales dignas, como la jornada de 40 horas. También están las mujeres críticas del sistema, quienes enfrentan violencia en el ámbito digital y en los espacios públicos.
Y luego, están las mujeres que ya no están con nosotras. Por eso, además de preguntarnos “¿llegamos todas?”, debemos cuestionarnos “¿a dónde llegamos?” No merecemos llegar a un Estado que fortalezca a las fuerzas armadas, que históricamente han vulnerado los derechos de las mujeres, ni un sistema donde el acceso a la justicia sea insuficiente. La reforma judicial, aclamada por algunos, también transgrede el reconocimiento de derechos ganados mediante la vía judicial, derechos que fueron obtenidos en ausencia de voluntad política en el Legislativo.
Es innegable que estamos en un nuevo capítulo para el Estado mexicano. Sin embargo, el hecho de que Claudia Sheinbaum sea presidenta no garantiza que las políticas que implemente incluirán una perspectiva de género ni que aborden las diversas realidades que enfrentan las mujeres del país. Ella ha prometido reformas iniciales para mejorar las condiciones de vida y la seguridad de las mujeres, lo cual es digno de reconocimiento. Pero aquí surge otra pregunta: ¿cómo se llevarán a cabo estas medidas sin una reforma fiscal genuina y sin los recursos suficientes? ¿Quién asumirá la responsabilidad de protección en un país donde la policía civil ha sido reemplazada por las fuerzas armadas?
No dudo de las buenas intenciones de la doctora Sheinbaum para garantizar una vida digna para todas las mujeres en México. Pero también debemos cuestionarnos: ¿qué tipo de Estado estamos construyendo? ¿Uno violento, un narcoestado, un estado militarizado, o uno que usa los medios de comunicación para perpetuar la violencia hacia las mujeres?
Quiero quedarme con la imagen de nuestra nueva presidenta y recordar en todo momento que todas merecemos llegar y que todas merecemos estar.