La pandemia de Covid19 vino a cambiar el mundo que conocíamos. Nuestra forma de relacionarnos, por ejemplo, se modificó para siempre. Como nunca antes, la gente se conectó a través de las plataformas de comunicación a distancia, que sustituyeron a las tradicionales reuniones de trabajo y a las clases en las aulas académicas.
Lo mismo ocurrió con el tema de salud. El virus llegó para quedarse y hoy en día, a pesar de los avances en el proceso de inmunización de la población, se siguen perdiendo vidas en todo el planeta. Los científicos y los médicos continúan estudiando los efectos del SARS-CoV2 y su capacidad de mutación. Todavía hay muchas preguntas sin respuesta.
En el plano económico ocurrió algo similar: los procesos de consumo, los mercados y las cadenas de valor, las fuentes de ingreso y los empleos; todo cambió y cambió para siempre. Las repercusiones, como sabemos, han sido catastróficas. Tan sólo en nuestro país, la pandemia dejó 4 millones de nuevos pobres, de acuerdo con datos del FMI.
Frente a este escenario, los esfuerzos de los gobiernos en todo el mundo se han concentrado en una cosa: tratar de volver, hasta donde sea posible, a la normalidad.
Hace unos días tuve la oportunidad de participar en el Conversatorio “Desafíos para el Desarrollo Económico en el contexto de la pandemia en la Ciudad de México”, organizado por la Comisión de Desarrollo Económico del Congreso capitalino. Dicho espacio fue propicio para hacer una reflexión que vale la pena discutir a fondo y desde diferentes perspectivas: ¿economía o salud?, ¿qué es más importante?
Por supuesto que al plantearlo de una forma tan modesta, la respuesta sería más que evidente. Sin embargo, es precisamente el fondo de esa pregunta, junto con sus diferentes interpretaciones, el lugar a donde debemos llegar gobiernos, legisladores, científicos, especialistas, etcétera.
Me explico: ¿qué pasa cuando por una pandemia de la magnitud que acabamos de vivir se prioriza el derecho a la salud y se reduce la movilidad social, afectando otros derechos como el derecho al trabajo, a la vivienda, a la educación? Y es que al querer proteger el primero, recordemos, se afectaron muchos otros relacionados con la posibilidad de llevar una vida plena.
No se trata de decir únicamente que la salud es lo primero, porque repito, eso es más que obvio e indiscutible. Me refiero al hecho de hasta qué punto las medidas sanitarias y los nuevos protocolos de convivencia deben estar vinculados o no, a las dinámicas de otros planos como el económico o el educativo.
Por ejemplo, las empresas que migraron a home office de manera intempestiva ante la presencia de la pandemia y que encontraron ahí beneficios extras como menores costos de infraestructura y mantenimiento; ¿deben seguir bajo esa modalidad aún sabiendo que sus empleados necesitan, por naturaleza, contacto social? Lo mismo ocurre con las escuelas.
Desde mi perspectiva los derechos sociales como el derecho a la salud, el derecho a la alimentación, el derecho a la vivienda y por supuesto el derecho a la economía; son igual de importantes. La pandemia nos ha demostrado que es incomprensible pedirle a una jefa o jefe de familia quedarse en casa por cuestiones sanitarias, cuando no hay un plato en la mesa para sus hijos.
La solidaridad y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías (como las plataformas de ventas en línea y de entrega a domicilio) fueron una bocanada de oxígeno puro. Si muchas familias de la capital hemos superado esta crisis sanitaria ha sido por el apoyo de otros. La visión de comunidad y el trabajo coordinado de las diferentes autoridades han sido, por cierto, piezas clave en este proceso.
La pandemia cambió al mundo, pero también lo hemos hecho nosotros. Y aunque sabemos que ya nada será como antes, juntos debemos seguir explorando los mecanismos que nos permitan vivir en equilibrio con nuestros derechos. Una pregunta de tal envergadura necesita cuánto diálogo, reflexión y contraste sea posible para avanzar hacia la nueva normalidad a la que aspiramos. Bien por este esfuerzo.