Las elecciones de ayer marcan la antepenúltima aduana que tiene que cruzar AMLO antes de llegar al final de su viaje. La penúltima es que el proceso de selección de candidato (que tiene más de designación y legitimación que propiamente de selección democrática) no genere rompimientos mayores y pueda beneficiarse de la buena disposición que aún conserva en amplios sectores de la población y ganar la constitucional con una cómoda mayoría.

El presidente sabe que este es su último verano y el contexto cambiará dramáticamente. No sólo en la forma en que sus colaboradores se relacionan con él, pues su río ya no tendrá mucho más que ofrecer sino el caudal de sus palabras secas, como diría el poeta; las alianzas y los incentivos empezarán a moverse con la destapada. AMLO sabe que su árbol empezará a perder ramas y sus mañaneras darán nota por su irrefrenable ánimo de superlativa chachalaca. El sabe que con esas continuas injerencias puede poner en riesgo el proceso electoral (vamos a ver qué hace el Trife) y por esa vía reforzar la estrategia del ”necesariato” y de paso (aunque parezca contradictorio) garantizar la narrativa de que el siguiente gobierno ganó por su impulso, como lo intentó hacer Salinas con Zedillo y Fox con Calderón: tú estás allí por mí.

Tendrá su último grito y su última Navidad en Palacio y por tanto los listados de prioridades adquieren una coloración diferente. Las obras públicas, que con tanto mimo y dedicación ha impulsado, es probable que no le den el relumbre que esperaba. Igual que el AIFA ha quedado en una disputa intrascendente, pues por más propagandistas que suban crónicas de su paso por el mismo, el tema original de funcionalidad se impuso. Los hechos siempre se imponen a la ideología. Terminar el Tren maya, la refinería y el paso interoceánico están en duda. El presidente sabe que es probable que no le dé tiempo de terminarlas y por tanto como ocurre con el ciclo sexenal, su futuro es incierto.

Los números admiten todas las lecturas. Podemos reagruparlos por decenios, años o sexenios para encontrarles un sentido, pero vistos fríamente son unidades de medida que no podemos descartar. La economía tiene un mejor desempeño este año, pero será en 24 del tamaño del 18 y per cápita estará por abajo. Perdimos cuatro años de esperanza de vida y en estos días el país ha cruzado el umbral de homicidios dolosos que habían tenido los gobiernos anteriores, además se añaden más de 40,000 desaparecidos. ¿Cómo explicar que desaparezcan 1,000 personas al mes y no sepamos si viven o mueren?

Los números están ahí para hacer balances y deslindes. Estamos a un año de votar por un nuevo gobierno y la semana pasada el presidente dijo que le habían heredado un país en decadencia. Demasiado tarde para usarlo como pretexto. Un sexenio es breve, pero éste ha perdido mucho tiempo en reconstruir el partido gobierno y ha pospuesto los cambios estructurales. El próximo recibirá una macroeconomía estable (como los anteriores), pero con bajo crecimiento. Un sistema de salud roto. Pleno empleo, pero con un mercado de trabajo informal y con bajos sueldos y una cuenta de muertos que nunca habíamos tenido. Más allá de las acrobacias retóricas del jefe del Estado, los temas estructurales no han cambiado; en muchos sentidos han empeorado. Nuestras mejores cartas son (igual que antes) el TMEC, el BM y la vecindad con los Estados Unidos.

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