Las variaciones del discurso presidencial son cada vez más marcadas. Puede pasar, en la misma mañanera, de ser el látigo vengador a un prudente rey Salomón. Como una parte de la opinión pública está en modo porra, diga lo que diga le aplaudirá. Otro sector no le pasará una y eso parece divertirlo. Si dice que México fue un narcoestado se le aplaude, si al día siguiente sugiere que hay que esperar hasta que termine el juicio de García Luna, también. En una misma conferencia de prensa, puede acusar con nombre y apellido a un exfuncionario y a renglón seguido, decir que no hay que hacer juicios sumarios ni incurrir en el linchamiento. La variación del discurso puede ser en pocos minutos. Supongo que no será fácil para quienes elaboran la estrategia de comunicación determinar si el mensaje del gobierno es en un sentido o en otro, aunque queda claro que, aunque lo niegue también, cada jueves y domingo, el motor principal de esta administración es cobrar facturas de sexenios anteriores con una retórica confusa.

El Presidente sigue argumentando que el pueblo debe decidir si se juzga a los expresidentes cuando su Fiscal ya tiene elementos para llamarlos a declarar. Me parece inapropiado que se intente llevar el destino de los exmandatarios a la tribuna pública como si fuese el Coliseo Romano. Es improcedente porque yo mismo aplaudiría sonoramente que se procediera contra el gobierno anterior, el cual dedicó buena parte de su ejercicio a tratar de comprar líneas editoriales y comentarios favorables, a espiar opositores y periodistas y a utilizar el aparato de seguridad para enriquecer a unos cuantos. Tanta impostura y tanta hipocresía disfrazada de responsabilidad nacional, merece castigo. Pero lo sensato es que se recurra a tribunales y al estricto derecho para depurar el pantano que llegó a ser el sistema político mexicano.

No es saludable que las pasiones guíen la acción de un gobierno y aunque el Presidente dice que no odia, es claro que sus obsesiones pesan mucho y sus agravios personales condicionan a quien abre la puerta y a quien estigmatiza. Que el mandatario se haya enojado con los empresarios, lo dejó claro el día en que anunciaron la reforma de pensiones. Pero las irritaciones presidenciales y más con un gabinete sumiso e irrelevante como el de AMLO, cierran muchas puertas en el gobierno, porque ¿a ver quién es el valiente que se atreve abrir una ventana cuando el Presidente lo señaló como enemigo y sus propagandistas lo linchan en sus caricaturas y su red? El efecto “ley del hielo” es muy peligroso para un gobierno, pues impide el correcto funcionamiento del diálogo nacional.

Si en lo político da más o menos lo mismo que un día hablé del narcoestado y otro día cambie de tema, o se lance contra el INE y después proclame respeto a la autonomía, en economía las variaciones son deletéreas y más perdurables. Él es el encargado de enviar las señales y son todas paradójicas. Su Secretaría de Economía pide que se corra la voz de que México es hospitalario con las inversiones, pero en Palacio han congelado al sector privado. No es muy buen síntoma. Ni siquiera bajo el refugio de los principales magnates es posible atraer inversión si quiere reconfigurar por memorándum el sector energético. Es contradictorio decir que nada se tiene contra la IP e ir promoviendo consultas como forma de venganza o prohibiciones legales disfrazadas de política sanitaria. Si la piel de los políticos es dura y la opinión pública funciona como porra, es decir aplaude a quien le gusta y abuchea a quien no, la economía es un asunto muy delicado. Está claro que, si el Presidente quiere una recuperación económica rápida, este modo oscilante, propio de quien no tiene quien le revise el discurso, deberá restringirse a los temas políticos, si no quiere que su sexenio sea un fracaso económico.

Analista político. @leonardocurzio

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