Cuando Carrillo Olea publicó su libro (Torpezas de la inteligencia)sobre las debilidades del sistema de inteligencia que han caracterizado al gobierno mexicano en los últimos años, se esperaba (tímidamente, todo hay que decirlo) que, en la pugna burocrática por reorganizar el aparato de seguridad, la Secretaría de Gobernación defendiera la necesidad de contar con un órgano de inteligencia estratégica. Es sabido que el centro responsable de custodiar la seguridad nacional ha tenido muchas desviaciones a lo largo de los años. Después de esfuerzos importantes por profesionalizarlo, la administración de Peña Nieto lo llevó a tocar los niveles más bajos que un órgano de ese tipo puede tener: politización, espionaje, un director ausente por enfermedad que le reportaba al Secretario de Gobernación, quien a su vez era precandidato a la Presidencia. Todos estos males deformaron el propósito de un aparato que debería estar al servicio del principal tomador de decisiones.

El presidente López Obrador decidió que la parte de la inteligencia civil pasara a depender del secretario de Seguridad, reforzando así (cosa que puedo entender) su perfil policiaco y más centrado en el apoyo a tareas de seguridad pública. La presión que el gobierno tiene en la agenda de (in)seguridad explica que todos los recursos a su alcance sean volcados para conseguir ese objetivo. Pero la realidad nos demuestra, una y otra vez, que hay ciertas funciones que no solamente no es prudente, sino contraproducente para el gobierno, descuidar. Un órgano que auxilia en el ejercicio del gobierno es fundamental para estimar los riesgos y amenazas que el país puede tener más allá del aquí y el ahora o de la absorbente coyuntura. Una mirada estratégica permite no solamente tener una visión comprensiva del Estado y de las capacidades que se deben reforzar, sino identificar, con la máxima precisión posible, los factores que tienen capacidad o voluntad de desestabilizar a un gobierno y su proyecto.

Los órganos de inteligencia tienen un contacto cotidiano y fluido con sus contrapartes en el exterior y con la comunidad académica. Dedican buena parte de su tiempo a estudiar la coyuntura y a otear el porvenir. Su utilidad es enorme, porque no solamente incrementan la cultura estratégica de los secretarios y del Presidente, sino que abren el ángulo de lectura sobre los temas que pueden incidir (como ocurre ahora con el coronavirus) en la trayectoria de un gobierno. No es que los órganos lo sepan todo, ni que un país como Estados Unidos (que tiene por cierto una estrategia de seguridad nacional que sí contempla las pandemias a diferencia de nuestro Plan Nacional de Desarrollo que ni siquiera las menciona) pueda vivir en carne propia su embate, pero saber es tan importante como tener un servicio meteorológico que anticipe la trayectoria de los huracanes o una alerta sísmica. Huracanes y terremotos te pegarán; pero anticipar, mejora tu capacidad de proteger a tu gente. Espero que México pueda librar los impactos más dolorosos, tanto en el ámbito sanitario como en el económico, de esta crisis, pero si algún aprendizaje nos queda es que un gobierno totalmente politizado y proclive a un ejercicio partidista machacón como el actual, podría mejorar su visión estratégica si contara con un órgano que en las sesiones de gabinete pidiera una mínima ventana de atención para informar al Presidente de riesgos que nunca aparecerán en la reunión de seguridad previa a la mañanera porque el enfoque de éstas es puramente táctico y operativo.

Aunque es poco probable que en estos tiempos recios haya espacio para la construcción de algo que no sea una propuesta del Presidente (y esto no aparece en su Plan Nacional de Desarrollo) es insoslayable que el Estado mexicano tenga un órgano altamente especializado que se dedique a la inteligencia estratégica.


Analista político.
@leonardocurzio

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