No se puede regatear a esta administración la claridad con la que gobierna. No me refiero a la transparencia como método de un gobierno abierto, orientado a la rendición de cuentas, sino porque sus prácticas políticas se ven al desnudo. El presidente muestra a diario sus pliegues anímicos, los celos que le causan ciertas figuras, el abatimiento general (que transforma en agresividad) por no tener el reconocimiento unánime de la opinión publicada. No sabemos bien cómo procesaban esas pequeñas infamias psicológicas otros presidentes. Seguramente a Salinas de Gortari le resultaba irritante leer a Sergio Aguayo, Granados Chapa o Aguilar Zínser y le incomodaría ver cómo Castañeda se desempeñaba en el exterior. Pero no habíamos tenido una tan clara radiografía de la psicología de un mandatario.

Tampoco habíamos tenido (ni siquiera en la época de las “concertacesiones”) tanta precisión sobre el uso de mecanismos coercitivos para forzar acuerdos. En las épocas salinistas se pactaba con la oposición en lo “oscurito”. Diego Fernández fue muy críticado por esa práctica. Lo que vemos hoy es una compra abierta de voluntades por las buenas o las malas artes.

El presidente ha comprado la voluntad de varios gobernadores y con escarnio los ha nombrado embajadores para que quede clara la factura. Hace años, cuando Castillo Mena aceptó la embajada en Ecuador lo tildaron de traidor. En días pasados vimos toda la panoplia de artimañas para doblar a Alejandro Moreno(¿a?). Recurrieron a la amenaza, la intimidación, el espionaje y lo lograron. Maquiavelo diría que fue un acto admirable. El presidente consiguió su objetivo que era lanzar el último misil al PRI y a sus veleidades opositoras. Hoy el PRI es cascajo político que sirve para cimentar mejor la cuarta transformación. El presidente sale airoso de este lance. Igualmente, victorioso sale de su confrontación con la Suprema Corte por el expediente de la prisión preventiva. Logrando doblar al ministro Aguilar, ha conseguido que las tesis oficiales sean aceptadas y en cualquier caso su discusión se mande a las calendas griegas.

Pero toda esta operación política ¿sirve para algo? En El Príncipe las argucias se justifican por conseguir el bien superior, que en el caso del florentino era la creación del Estado nacional.

Los triunfos referidos son pírricos. Mantener la prisión preventiva es sólo una forma de legitimar la inoperancia de las fiscalías y hacer más grande la desconfianza de la gente. Según la última ENVIPE, más del 93% de los delitos no se denuncian. Mantener la prisión preventiva como está, no hace este país ni más seguro ni menos impune.

Y el tema de la Guardia Nacional queda como el bandazo estratégico más escandaloso de AMLO. Primero propuso una cosa, después hizo otra y al final terminó enmendando la que había propuesto. El presidente, en última instancia, está legitimando lo que tanto criticó de Calderón.

El gobierno actual ha tenido todos los mecanismos a su alcance para dar resultados e incluso, ha cambiado sobre la marcha sus propios postulados, y ha logrado salir airoso del desafío político, pero no del problema de fondo, que es hacer el país más seguro. Ojalá que la habilidad que demuestra en política, la mostrara en eficiencia para combatir criminales, que el año pasado humillaron 11 millones de familias.

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Analista
@leonardocurzio

 

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