Cada vez lo disimulan peor, o no lo disimulan en absoluto. El ánimo de conservar el poder y consumar los ajustes de cuentas los distrae de los temas más importantes. El gobierno se ha convertido en una especie de orquesta que toca de oído. La semana pasada tuvimos dos demostraciones devastadoras de esta improvisación permanente, una en política interna y la otra en política exterior. En ambos casos el patrón de comportamiento es el mismo: lanzar carrocería, avasallar discursivamente, amenazar con sabrá Dios cuántos dragones que conspiran contra el gobierno legítimo y después lanzar un petardo.

El Plan “C” en materia electoral habla de un Legislativo que se ha plegado hasta la ignominia al Ejecutivo. Aprueba sin leer y si se pone creativo con aportaciones de “duendes” que los corrigen sin pudor desde el Ejecutivo. Regaño que aceptan estoicos: aquí se puede equivocar todo el mundo menos el Ejecutivo, aunque visiblemente sea presa de un desparpajo administrativo inquietante.

La reforma electoral podrá llegar al plan “R”, de todas maneras seguirá sin convencer a quienes no están ya predeterminados a decir que sí a todo lo que diga el presidente. En la última reunión que tuvo con la cúpula empresarial, al jefe del Estado le hicieron ver que no era ni el tiempo ni el momento para generar incertidumbre política con una reforma que sólo busca proteger a sus corcholatas y cerrar la profunda inconsistencia de sus tesis. Los que hace dieciséis años gritaban ¡cállate chachalaca! ahora abogan de una manera desparramada por la libertad de expresión de la jefa de Gobierno y del presidente metido en el proceso electoral. ¡Quien los ha visto y quien los ve!

En política exterior la productividad personal del presidente por defender a sus amigos lo ha hecho hacer algunos desfiguros. Lo recordamos callando ante las infamias de Trump y su acoso al Capitolio. Su silencio revelador para denunciar los abusos de dictadores latinoamericanos y la escasa pericia mostrada en defender a un presidente inepto y golpista como Pedro Castillo. Un presidente que había cometido todos los errores y en el último momento cometió el peor de todos: convertirse en un traidor a la democracia. El argumento presidencial es que al pobre lo orillaron a violar la Constitución y por tanto podría merecer la condición de refugiado cuando lo que hizo es un acto golpista. Pero como al presidente le cae bien, decidió comprometer al Estado y la credibilidad de la política latinoamericana con una grosera manipulación de los principios constitucionales. En vez de concertar y valorar todas las opciones, el presidente tocó de oído el vals peruano que bien puede ser en este caso “Sombras”.

Aunque tenga un porcentaje amplio del público que aplaude cualquier acorde desafinado, esto no quiere decir que sea música de calidad. Así vamos de tumbo en tumbo, de ocurrencia en ocurrencia, de plan en plan. Este es un gobierno que no habla ni con sus integrantes para coordinar su postura y canta como Dios le da entender.

Analista. @leonardocurzio