Ayuda poco a la deliberación pública que los datos que publican casas encuestadoras puedan ser tan contrastantes. Arrastramos una larga tradición de impresionismo nacional y una cultura adversa a las cifras. Se le hace, por tanto, un flaco favor a la opinión pública cuando las casas demoscópicas tienen variaciones como las que hoy nos ofrecen. Algo así como si los astrónomos nos dijeran que Saturno y Júpiter son y no son el mismo planeta, pero no importa; las variaciones en sus mediciones siempre se explican por ángulos de lectura y otras variantes. No es fácil medir a un electorado cuando hay todavía un sector que carece de suficiente información sobre las candidatas y sus propuestas. Puedo imaginar que en algunos estados en donde no arranca su campaña local sigan distantes las campañas federales y en otros estén evaluando si lo que dice Claudia sobre su gobierno en CDMX fue cierto o no. Lo que me resulta difícil de entender (y explicar) es la diferencia sobre el desempeño de López Obrador. El personaje es nacionalmente conocido y tiene 6 años de ocupar la escena pública, por tanto, en términos de opinión pública, es un caso juzgado.
Nos encontramos, sin embargo, con cuatro lecturas diferentes de importantísimas casas encuestadoras. Alejandro Moreno (El Financiero) ubica el desempeño del presidente en un nivel estable, en torno al 56%, y una desaprobación también estable en torno al 43%. Roy Campos (El Economista) registra una pequeña reducción de la aprobación, pero lo ubica en torno al 55%. Muy similar a la cifra que registra Moreno y una desaprobación en torno al 46% que crece un poco. Ligeramente más abajo se ubica la de GEA-ISA, que en la última medición situaba la aprobación en 51%, regresando a los niveles del 2021 y una desaprobación cercana a los 44 puntos, con un brinco al finalizar el 2023 y se ha mantenido estable en ese nivel.
Sobre esos parámetros se hacían buena parte de los análisis, hasta que aparece Reforma con su encuesta (post Lorena Becerra) y detecta un cambio brutal en ambas tendencias. La aprobación sube más de 10 puntos al pasar del 62% al 73%, es decir, niveles cercanos a la unanimidad, que sólo tuvo en el primer tramo de su sexenio; y los niveles de desaprobación que bajan 13%, es decir, del 37% al 24% en un trimestre.
Si lo que dice Reforma no es un acto de servicio, estaríamos ante un apoteósico final de sexenio que pondría a AMLO en el umbral de la mayoría calificada. Es sabido que los niveles de popularidad no han sido transmisibles ni a la candidata ni al partido, pero si en un trimestre ha logrado mover 24 puntos los números de aprobación y desaprobación es que todo puede pasar. ¿Estamos ante un cambio de opinión que ni los medios, ni el presidente, habían registrado? Si así fuera, el estado de ánimo de AMLO sería diferente y el tono de los medios de comunicación reflejaría entusiasmo por tener un líder en los niveles de Bukele. Con una aprobación así ¿quién se resiste a la curvita del gobernador de Sinaloa?
Puede ser, también, que estemos ante una encuesta mal hecha o con el ánimo de sembrar una narrativa favorable que le permita al presidente decir que su aprobación fue superior a la de Fox, como recientemente lo consignó GEA-ISA.
Analista. @leonardocurzio