La vocación elitista y autorreferencial de la política mexicana es descomunal. El gran pecado de los políticos de la transición es que su alfa y omega son ellos mismos. Sus prioridades, privilegios, dolores y rencores son el motor de una generación dañada por la insensibilidad. De otra manera, no se explica que hayan pasado 28 años desde que un Cardenal fue asesinado en un aeropuerto, hasta los tiempos que corren en los que se reportan 3 mil homicidios al mes. Hemos tenido variaciones incrementales y cosméticas en la forma de abordar la seguridad sin que haya habido, hasta el momento, un cambio de fondo en la forma de organizar al gobierno para enfrentar a las organizaciones criminales.

Tampoco ha habido un acuerdo de fondo para cambiar de raíz el pacto social que nos une (o más bien que nos desune). Décadas pasan y la distancia entre un estrato social y otro, se mantienen inalterables como si fuesen cuerpos celestes que giran inmutables en su órbita. Las clases menos favorecidas acceden a servicios públicos de pésima calidad y en los últimos años los gobiernos no han atinado a ofrecerles vías de salida creíbles como pueden ser instituciones educativas de excelencia. Son pocas las instituciones públicas como la UNAM, el CIDE y el Colegio de México que pueden cambiar la trayectoria vital de algún joven de clase popular. Los gobiernos han decidido cumplir una función más cristiana que justiciera, que consiste en repartir caridad; es decir, dar dinero en efectivo, como si fuesen limosnas y no articular políticas que fomenten progreso, como acceder a una capacitación adecuada para mejorar la productividad y no quedar estancado en la paradoja de la pobreza laboral. Años van y vienen y ningún gobierno se compromete a plantearse metas serias para salir de esta ominosa situación. El ingreso laboral real promedio de la población ocupada es ligeramente superior a los $4400 y para una mujer, con problemas se llega a los $3900. Si perteneces a una comunidad indígena serás usado por la retórica gubernamental para escenificar rituales a la Pachamama e inventarse fundaciones lunares, pero tus ingresos mensuales serán de $2173 pesos.

Es probable que durante el período colonial las cosas estuviesen tan mal como ahora y por supuesto, también así estuvieron en el periodo neoliberal; pero en este gobierno, la disminución real del ingreso promedio del primer quintil, es decir, de los más pobres, se redujo un 41% y la pobreza laboral aumentó en 26 de las 32 entidades federativas. El resultado es que 4 de cada 10 mexicanos, a pesar de toda la palabrería cada vez más confrontadora del gobierno, tienen un ingreso laboral inferior al valor de la canasta alimentaria.

En nada resuelve su situación la demagogia y la confrontación política a la que este gobierno parece casi adicto. Sorprende, aunque no tanto, que ante datos tan lacerantes como los descritos, no haya una reacción contundente para trazar objetivos que conduzcan a un pacto que incluya prosperidad y distribución del ingreso. Los pobres en esta administración son más numerosos y aunque no se le puede endosar a una administración la responsabilidad de un problema estructural, está claro que, hasta ahora, ni sus abrazos han conseguido reducir los homicidios, ni su política social y económica han aliviado la condición de un país desigual y que ahora se muestra incapaz de promover el crecimiento económico. Está claro que la política en México no está al servicio de la gente, sino para servirse de la gente. La generación de la transición sigue obsesionada, como una cruel imagen de los hermanos Karamazov, en destruirse unos a otros sin percatarse de que su objetivo debería ser atender a los más débiles.

Analista político.
@leonardocurzio

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