No es que le falten reflejos, es que vive ya una especie de síndrome de abstinencia previa al final del sexenio. En estos días hemos visto el tránsito de un presidente sonriente y encantado de dialogar con la periodista rusa, a un presidente descolocado, con declaraciones duras y lesivas para sus propios intereses y los de sus cercanos.
La primera ocurrió a media semana, cuando informó que un grupo que oscilaba entre mil y dos mil ¿delincuentes? quería tomar Chilpancingo. De entrada, sorprende que en un país que oficialmente no vive ninguna guerra, puede haber un grupo armado de esa magnitud sin que eso forme parte de la agenda de riesgos. No quiero exagerar la nota, pero si el número mencionado por el presidente es incierto, lo que es cierto es que estamos a un paso de tener auténticas milicias que amenazan la integridad territorial del país. Desafortunado también fue que el jefe del Estado planteara (como si se tratara de una muy astuta decisión) la retirada de la Guardia Nacional. Prudente tal vez, pero nada heroico es que el Estado abdique de sus funciones elementales. Mención aparte merece que el presidente tuviese más duras palabras para quienes en el Zócalo se manifestaron con civilidad y pidiendo democracia, que contra quienes lo desafiaron en Chilpancingo y en otros puntos del país.
El segundo elemento no requiere desarrollo. El haber publicado, casi con la candidez que Marko Cortés lo hizo con sus tropelías, la supeditación del ministro Zaldívar a su persona, demuestra y comprueba que el presidente sólo conoce un tipo de relación política: la subordinación incondicional. Esa que ha pretendido que la prensa le dé, por eso a quienes actúan con recatada independencia los trata con una ya muy conocida dureza y rispidez.
El tercero tiene que ver con la prensa. El viernes daba por hecho que la prensa internacional (NYT, WSJ, FT, The Economist) es esencialmente facciosa y de una soberbia infinita. Son peores que los nacionales. Sabido es que el presidente cree que sólo en “la mañanera” se cultiva un periodismo a la altura del arte y sólo su política es de altura. El periodismo de los demás es mafioso y la política de los otros es politiquería. Nadie tiene su estatura. El problema es que descalificar de un golpe a los medios más influyentes del mundo no solamente mina su credibilidad, pues el planteamiento es sumario y poco reflexivo, pero además se da en un marco en el cual el presidente reedita algunos gestos de la Guerra Fría. Le concedió completa una “mañanera” (en forma de entrevista) a una periodista rusa y pocos días después recibió un duro golpe del conocido diario neoyorquino. ¿Coincidencia?
Alguien debería recordarle que los manotazos de final de sexenio suelen ser los más costosos, porque son (como en los discursos y los conciertos) los que dejan huella. Desde las agencias de Estados Unidos le mandan un mensaje prístino: las investigaciones no continuaron por consideraciones de alta política y la necesidad de contar con la colaboración de México; muy pronto será un expresidente. Las agencias de seguridad de Estados Unidos no olvidan y son persistentes en cobrar facturas, como lo saben García Luna, el general Cienfuegos y ahora la élite política de Honduras.
El final se acerca y claramente el último capítulo no será escrito por la sonriente Afigenova, quien con habilidad (y gracia) vino a cargar de rating su canal, con la colaboración desinteresada de quien ya es el látigo nacional e internacional de la prensa independiente.