Yo, como Víctor Manuel, nunca aspiré a pensar por dos, ni por 500 o un millón, tengo bastante con saber cómo camino y junto a quién. Pero me he preguntado más de una vez qué sería de mí si fuese representante popular ¿Discutiría las florituras de un sistema electoral mil veces reformado? ¿Me atrevería a subir al estrado y decir que es inicuo vapulear al INE cuando llevamos 20 años de sobrecargarlo de misiones? Cada elección le han colgado una esfera al árbol. Cuando las encuestas fueron el motivo de polémica se exigía que el INE las auditara. Le han redimensionado las capacidades de fiscalización porque en el 2012 el dinero fue la fuente de desconfianza de quién hoy gobierna. Cuando el modelo de comunicación irritó a los “camajanes” de la política, porque tenían que discutir campañas en las oficinas de los medios, le asignaron al INE el modelo de los spots y su estricta vigilancia, modelo tremendamente impopular entre los concesionarios. La lluvia de spots gratuitos la pactaron en su momento Calderón, Creel, Beltrones y López Obrador. El instituto es grande por las exigencias de los proxenetas de la moral pública.

¿Me atrevería a decirles que el dinero que recibe el INE no es por avidez, sino porque nosotros (que aprobamos el presupuesto) les hemos asignado esas funciones para que los partidos y en especial Morena no deslegitimaran el resultado? Cierto es que ni en 2018 ni en 2021 impugnaron porque ganaron ¡faltaría más! Pero se han dedicado a culpar al INE de no sé cuántas maquinaciones imaginarias y complotados fraudes que ¡gracias a la fuerza popular han sido desmantelados! ¿En serio nos creemos toda esa marrullería? ¿De verdad tenemos que comulgar con ruedas del molino?

Tal vez no lo haría, siguiendo la lógica de supervivencia de todo político en activo y callaría como un bellaco para ver si salto a otra cámara o evitar ser señalado como traidor, vendepatrias u objeto de persecución, porque en estos tiempos “estelares” el espionaje y la persecución judicial cumplen las funciones que idealmente debería desempeñar el debate parlamentario o la negociación política.

Tendría, eso sí, una severa crisis de conciencia. Estoy seguro que muchos de los legisladores se percatan de la impostura. En las encuestas se consigna que el INE tiene 74% de aprobación. Y que el descarrilamiento de las candidaturas de Guerrero y Michoacán estaba fundado y de todas maneras ganó Morena la elección. Además, no hay mal que por bien no venga, hoy tienen mejores gobernadores que los que proponía la cúpula.

Pero lo más grave es el desperdicio de energía política en disquisiciones motivadas por un resentimiento complotista que ve conjuras por doquier.

Me sentiría fatal si, además, a mi curul llegara el informe de la organización Impunidad cero: 93% de los homicidios en este país permanecen impunes. Si yo fuese representante de una nación que se desangra y que no castiga a quienes privan de la vida a sus semejantes, me sentiría francamente avergonzado por estar fuera de foco. Utilizar recursos públicos para representar a una sociedad que llora más de 100,000 desaparecidos, que ve cómo asesinan a cerca de 3,000 personas al mes y que morir en México equivale a formar parte del olvido, me resultaría doloroso. Al morir todos seremos (como dice el poeta) olvido, pero en México ser asesinado equivale a ser olvidado por quienes persiguen los delitos y por una clase política que sólo habla de ella y de sus reglas para repartirse el poder, que es, en esencia, lo único que les importa.

Analista. @leonardocurzio

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