Las democracias tienen muertes súbitas por golpes de Estado. O mueren lentamente por dos razones: la primera es que una élite frívola y voraz (la familia revolucionaria) que antepone los intereses del régimen a los del país. La segunda, como ocurre actualmente, es cuando se corrompe su fundamento: una conversación nacional libre y saludable. Las democracias modernas, empezando por Estados Unidos y Gran Bretaña, se contaminan con elementos tóxicos como la mentira y el relativismo, la polarización política y el linchamiento de críticos. La responsabilidad de conservar un espacio de diálogo razonablemente limpio empieza por el propio jefe del Estado.

¿Qué ocurre en un México que vive una joven democracia, con un Presidente popular y animoso por debatir? Primero, la instauración de las mañaneras que son, en efecto, una innovación por su frecuencia y duración. La disposición del Presidente para hablar sin mediaciones con la fuente, empieza a generar elementos que merecen reconsideración. El primero es la cantidad de aseveraciones no comprobables. El conteo de Luis Estrada sobre las imprecisiones presidenciales no es alentador y, por supuesto, es exigible que una fuente de información tan relevante como la jefatura del Estado sea un manantial del que fluye información creíble y verificada para que la conversación nacional tenga un referente inequívoco. Un presidente no puede ser impreciso u omiso por sistema sin que en el mediano plazo esto merme la credibilidad de las instituciones. La popularidad del mandatario permite que esto parezca peccata minuta y se le tome con condescendencia, pero en el largo plazo, puede dañar fatalmente la calidad de la conversación nacional.

El segundo riesgo es el de la polarización artificial. Las cosas no se discuten por sus méritos, sino como una definición de lealtad que, por naturaleza, polariza. Si se acepta la versión presidencial, aunque sea mendaz, se es leal y si se critica, se señala, a quien lo hace, como saboteador. La dualidad es absurda y esclavizante. El Presidente tiene toda la legitimidad del mundo, pero eso no significa que tenga razón en todo, como, por ejemplo, haber decidido ser el brazo militar de Donald Trump para contener la migración.

Finalmente, algo que me parece grave es que, desde la tribuna presidencial, se estigmatice a personas con nombre y apellido. Que un miembro del Colegio Nacional sea señalado, sin fundamento, por el Presidente, abre la posibilidad de que éste sea linchado en redes sociales por esos mismos grupos que todo aplauden. Los millones de votos no legitiman que un presidente falte a la verdad y tampoco estigmatice a quien no le sea grato. Ahora que están en boga las disculpas públicas, los ciudadanos afectados podrían pedir que el Presidente lo hiciera en actos equivalentes a la mañanera, pero mientras esto ocurre yo sostengo por qué es inadmisible, desde la ética política democrática, estigmatizar desde la jefatura del Estado.

Denigrar además de injusto es contraproducente. El efecto de una declaración presidencial tiene un impacto deletéreo en redes sociales. Las instituciones no facultan a nadie para denostar, otro de los componentes tóxicos que envenenan a las democracias. La polarización instigada por los liderazgos políticos puede magnificarse con bots y provocar polarizaciones incapacitantes como ha ocurrido en Cataluña, Inglaterra y Estados Unidos que hoy amenazan su pertenencia a comunidades más amplias; en un caso, la responsabilidad global estadounidense, en otro, la pertenencia a la Unión Europea y en uno más, la integridad del Estado español. Ojo con el tema. La polarización desnaturaliza a las democracias y las enfila a un camino que empieza en el elogio de las pequeñas diferencias, sigue por la vía de la estigmatización y el linchamiento y termina con el desprestigio de las instituciones y la confrontación. López Obrador consiguió la proeza de represtigiar la democracia como vía de transformación. Ojalá piense que esa proeza se debe regar y abonar como todo jardín; el jardín de la democracia se intoxica con mentiras, propaganda y linchamientos públicos.

Analista político.
@leonardocurzio

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