Lo hemos sabido siempre, pero una y otra vez nos sorprende, como si fuese una novedad que la política tiene cada vez más rasgos locales y parroquianos en su fraseología y más en tiempos de patrioterismo agresivo del tipo cerrar fronteras y estigmatizar extranjeros, pero su sintaxis y su lógica profunda es universal. Nadia Urbinati demuestra (en un penetrante ensayo) que en realidad entender la política contemporánea pasa por captar la profunda crisis de la democracia representativa. Tendemos a leer en clave nacional la crisis de los partidos como si solo hubiese ocurrido aquí, pero en Estados Unidos o en Francia (por hablar de dos democracias consolidadas) el sistema de partidos tradicional quedó colapsado y dio paso a líderes cuyas campañas se basaban en derrotar al establishment. La gente odia las élites políticas y económicas y un amplio sector tiene un severo problema también con las élites de representación . Es una auténtica rebelión de las masas. Las expresiones contra la alta cultura y la ciencia son tan frecuentes como las críticas a una élite política que oscilaba patológicamente entre la tecnocracia y la frivolidad. La impostura y la corrupción de esos grupos dirigentes explican por qué los pueblos y las clases medias de todo el planeta escuchan como dulces serenatas los cantos del populismo que vocifera con credibilidad contra ellas.

El fenómeno populista es por definición antiestablishment, por eso cuando se constituyen en gobierno no se concentran en gobernar, por que no pueden convertirse en clase dirigente porque perderían su esencia. En vez de gobernar representando a la diversidad, usan la lógica del enfrentamiento dicotómico. No es una confrontación de ideas porque a diferencia de una elección normal en la que se confrontan proyectos diferentes, para los líderes populistas la justa electoral se convierte en un plebiscito. O estás a su favor o estás en su contra.

Como no tienen más programa de gobierno que reproducir esa lógica, se instalan en una eterna campaña electoral y requieren como el aire de estigmatizar grupos a los que señalan como los que obstruyen su proyecto. El guion es el mismo en todo el mundo y como la ideología es lo de menos, el argumento del complot y la persecución se usa desde las oficinas de gobierno con la misma simpleza con la que se usó en campaña, porque el populismo requiere de la campaña electoral como las hierbas parásitas requieren del árbol.

Por eso me parece inadecuado que los senadores le hayan dado a la democracia representativa ese giro directista con la revocación del mandato, que lo único que fomenta es que el presidente no se dedique a gobernar y prosiga con su interminable campaña que va borrando la posibilidad de una deliberación saludable sobre las opciones que el país tiene desde la seguridad aérea hasta las competencias de los órganos de inteligencia.

En la política actual el pluralismo pierde su centralidad ya que en los tiempos que corren no hay más opción que aclamar al presidente o ser señalado como un enemigo del proyecto triunfador y a partir de un mayoritarismo simplificador echar caballería y linchamiento a todo aquel que se atreva a discrepar de alguna política. Para mayor escarnio el presidente se autopresenta como un hombre de inspiración cristiana y solo falta que se presente a sus críticos como integrantes de la legión mefistofélica. Tiene razón Urbinati: los populismos no matan a la democracia porque la necesitan para vivir, lo que hacen es nunca ser un verdadero gobierno sino una maquinaria eterna que se consagra a aclamar a su líder (aunque haya cometido un error como el de Culiacán, son legión los que ponen el acento en el humanismo del Presidente, como si el debate no fuese la confección y despliegue del operativo). En eso no estamos solos. Esta tendencia está ocurriendo en prácticamente todas partes; así es que más que pueblerinos, somos profundamente globales en esta forma de erosionar la democracia representativa y el pluralismo.


Analista político.
@leonardocurzio

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