No hay mejor termómetro para medir el interés de los jóvenes que una comida familiar. Es normal que muestren desinterés cuando el tío empieza a contar sus mismas batallitas; es normal también que muestren hartazgo cuando la conversación gira a reflujos, enfermedades, infartos, frigidez, alergias y disfunción eréctil. Conversaciones de sexto y séptimo piso. Supongo que en política ocurre algo similar.
Entiendo que para un joven la política nacional resulte densa y repetitiva. No es, la mexicana, una discusión vigorosa sobre grandes proyectos civilizatorios, es una árida polémica sobre los pormenores del Plan B. En buena lógica ese tema debería interesar sólo la una pequeña minoría; de manera similar a como una discusión sobre las nuevas anestesias y sus poderes hipnóticos entusiasma a un cenáculo de psiquiatras. Pero hoy es el tema crucial.
Esa es probablemente la razón por la cual pocos jóvenes se han incorporardo a las exitosas movilizaciones de la sociedad civil. Los jóvenes (imagino) ven con recelo ¿hastío? a un presidente, profundamente patriarcal, cuyas prioridades no tienen conexión con su futuro. Un presidente cada vez más colérico y amargado; no le gusta la clase media, tampoco las universidades públicas, los intelectuales le resultan pomposos y repelentes y todo signo de refinamiento cultural emblema del racismo y clasismo; profesa un nacionalismo de manual y fomenta una visión victimista, pintoresca y paternalista del pueblo mexicano. AMLO no comparte el proyecto de civilizar a este país con instituciones republicanas basadas en la rendición de cuentas y en el combate a la corrupción. Cree que todo se resume a su voluntad transformadora y por eso ha puesto en jaque al INE.
No he visto muchas organizaciones de jóvenes convocando a la defensa del INE. Para ser justos tampoco las he visto movilizándose por la militarización, vamos ni siquiera el asesinato de los jesuitas movilizó a los estudiantes de las universidades de esa orden. Muchos de los profesores de esas universidades son abiertos seguidores de AMLO y en las aulas lo han defendido con tenacidad, tal vez eso explique parte de su silencio. Pero no veo jóvenes legitimando, desde una nueva alameda, un pensamiento nuevo. Algunos de los que fueron lideres juveniles en la década pasada hoy juegan (en mi opinión de manera superficial y fatua) a ser Corea del medio, tratando de encontrar un puente entre los dos polos. La forma en que el presidente descalifica una marcha numerosa y legitima e intenta jibarizar la institución electoral no admite puntos medios, ni se justifica con todos los errores de los gobiernos anteriores. No hay orden democrático viable si se alteran los procedimientos y las reglas sin consenso de los participantes. Aunque le busquen “cosas buenas” la reforma se impone desde el poder y por tanto es ilegitima. Es un asunto de principios, el ABC de la democracia, el consenso para disentir y competir.
Me sorprende, pues, que los jóvenes muestren pasividad ante esta situación que crispa el ánimo de sus mayores. Su despolitización es amplia; consumen pocas noticias, leen poco, tampoco se les ve activos en la defensa del medio ambiente; la única que ha despertado esperanza es el feminismo en el que veo a muchas jóvenes involucrarse de forma sincera y comprometida. El resto parece hipnotizado por sus celulares, sus antros y centros comerciales. Una suerte de frivolidad peterpanesca. En su descargo reconozco que el debate nacional está de flojera generacional. Es tan alentandor como que ver un domingo “Santo contra las momias de Guanajuato” . Con franqueza, los jóvenes se merecen algo más que las necedades de hoy.
Analista político- @leonardocurzio