En los últimos días tengo la impresión de que el país vive en el metaverso, ocurren un montón de cosas contradictorias en el mismo lugar, aunque resulte una paradoja. Una muy favorable lectura de la situación macroeconómica se ha hecho desde Mérida en la ABM. Los banqueros hablaron de nuevo del “mexican moment”, el famoso “MEMO”, que se perfiló con el pacto por México y que este gobierno se ha encargado de disolver al echar atrás todas las reformas que en aquel momento se impulsaban.
Hoy el MEMO parece más ligado al fenómeno de la relocalización, o dicho de otra manera, nuestra gran ventaja es ser vecinos de los Estados Unidos. A reforzar esta narrativa está también el hecho de que el sexenio, en su fase otoñal, no ha tomado ninguna medida que dañe seriamente a la economía, salvo la cancelación del NAIM, que sigue arrastrando como pesada carga, pues el país sigue teniendo una capacidad aérea comparativamente menor que en el 2018 y no hay perspectiva de mejoría. También es de celebrarse que el Presidente haya reconsiderado sus políticas eléctricas que nos ponían en ruta de colisión con los socios. Mucha gente respira con alivio que el sexenio parece aterrizar sin presagiar una grave crisis sexenal, sin un tobogán estilo López Portillo ni tampoco una deriva venezolana que destruyera la economía.
Pero al tiempo que esto ocurre en la economía, hemos tenido negaciones sobre la devastación en materia de violencia que vive el país. Tenemos, además, una política que no solamente no aporta puntos al PIB, sino que cada vez consume más glóbulos rojos. Los planes B, el activismo presidencial, así como su ánimo de estigmatizar y confrontar, no ayudan en nada al país y hacen que la mirada externa incremente la desconfianza.
Una combinación de ortodoxia económica con una política de ocurrencias y fobias que se expresan no solamente en lo interno, sino en los bandazos externos en los que ha incurrido últimamente. El desaire a la Cumbre iberoamericana de Santo Domingo o su afán de retener la presidencia de la Alianza del pacífico, son ejemplos de una falta de conducción profesional del gobierno.
Conforme avanza la hora final de este sexenio tengo la impresión de que las similitudes con el de Vicente Fox empiezan a ser inquietantes. Por un lado, el ánimo propagandístico cada vez se reemplaza con mayor fuerza a una lectura objetiva de la realidad. En aquellos años se hablaba de “foxilandia”; en estos tiempos el Presidente dibuja un mundo de felicidad, flores y unicornios y no la realidad de un México enormemente polarizado y con una violencia imparable. Las similitudes son en lo positivo y en lo negativo.
El panorama económico es medianamente favorable en ambos sexenios; la jactancia con la que el gobierno presume su solidez macroeconómica es muy parecida. Pero si la economía iba bien en el 2005 y en el 2023 no parece una preocupación, en los campos políticos de seguridad y las relaciones con los Estados Unidos hay elementos inquietantemente parecidos.
Los 2 presidentes polarizaron el país de una manera sorda por una decisión de utilizar recursos que los ponían en el límite externo de la competencia democrática. Los dos están a la greña con los Estados Unidos por la violencia en la frontera y están perdiendo el sentido del límite de la función presidencial en el juego sucesorio. No hay como la historia para aprender lecciones. A lo mejor el 24 acaba pareciéndose al 2006. Paradojas de la vida: el foxismo y el obradorismo parecen de un pájaro las dos alas.
Analista. @leonardocurzio