Una gran amiga de este país, cuyo nombre omito para no comprometerla, me preguntó una noche al terminar la FIL: ¿Qué le pasa a México? Mis amigos de estirpe obradorista me miran con recelo porque expresé entusiasmo por acudir a Guadalajara. Sentí —me dijo— algo así como si esa ventana, que antes era orgullo de México y de su comunidad intelectual, ahora fuese un balcón pecaminoso e indeseable. Mis amigos más críticos del poder asumen ahora que Guadalajara es una de las pocas ferias en las cuales el discurso de Palacio no gravita de manera desproporcionada y se ejerce un debate informado y no los latiguillos más o menos ocurrentes del gobierno.
Los críticos del presidente hablan de una concentración de poder preocupante y de una desmovilización asimétrica de un sector de la opinión pública. Un presidente que se desdobla como bipolar, pues acusa el poder político que él detenta, al poder económico que lo apoya y al mediático que lo secunda de tejer un complot en su contra. Habla y se presenta como si fuese un luchador inerme de una región marginada de la sierra, cuando es el político más poderoso de México.
En la FIL ese modelo de distorsión de los papeles en la escena pública no cuela. El cuento del “lobito bueno al que maltrataban todos los pastores” está bien para la plaza pública, predispuesta al monoteísmo político, pero no para una asamblea de estudiantes e intelectuales.
Los más condescendientes, me decía, sugieren que la FIL sigue siendo valiosa, pero está desequilibrada, pues la potente voz de Palacio no es tratada con equidad, como si en un foro de intelectuales críticos se debiese garantizar la equidad con el mismo rigor con el que se distribuyen los spots de televisión.
Mi sentir —le dije— es que no hay tal cosa como una conjura en contra del poder, ni mucho menos una concertación malévola para desgastarlo. Lo que existe es una coalición discursiva en contra de dos principios generales que son:
a) el rechazo al culto a la personalidad y
b) la regresión a un régimen de partido de Estado en el cual las elecciones se construyen desde el gobierno y los recursos públicos se utilizan para promover a los candidatos del partidazo.
En estos años la esfera de la cultura y el debate público se han partidizado de forma pedestre y poco imaginativa. El discurso del poder ha contaminado la galaxia intelectual y por lo tanto los que antaño eran colegas que luchaban por desmontar el régimen autoritario, hoy aparecen en trincheras diferentes. La clase intelectual mexicana ha desarrollado ya muchos anticuerpos y (salvo que se tenga un interés directo en mantener este estado de cosas) la defensa del pluralismo pasa por denunciar esa concentración de poder. Nada personal.
Más allá de las saludables rivalidades y los devastadores celos, nuestra clase intelectual está en su mayoría en contra de la concentración de poder. El poder político (se apellide Peña Nieto o López Obrador) no encuentra por tanto en la FIL un ecosistema propicio para sus lemas ya que es un espacio en el cual la libertad de pensamiento es fundamental. Como decía el cantautor: “La libertad no puede tomar asiento… porque la libertad es estar siempre de paso”.