El partido del Presidente vive una etapa desafiante. No ha conseguido institucionalizar su vida interna hasta el punto en el que (como ocurriera con el Partido de la Revolución Democrática, al terminar la gestión de Andrés Manuel López Obrador) el pleito entre las fracciones sigue abierto y tiene una dirigencia interina. El siglo pasado y una buena parte de éste, la culpa de las prácticas políticas menos edificantes, se achacaba a la corriente de los Chuchos. Hoy, con los Chuchos fuera de su estructura se terminó su chivo expiatorio. Ahora tienen que explicarse a ellos mismos por qué no han podido elegir democráticamente a un dirigente. Para su fortuna tienen entre sus militantes más plumas dispuestas a justificar lo que ocurre, para no abollar al gobierno, que militantes asombrados de que Morena sea un improbable injerto de disciplina ideológica presidencial típica del PRI (lo que diga el gran timonel), con la tradición rijosa del PRD.
Lo que sí han podido es proceder legalmente contra Yeidckol, su anterior dirigente, a quien acusan de quebranto patrimonial. Es tan grave el asunto que sus plumas amigas intentan ponerlo en clave edificante, diciendo que ahora sí se transparentan esas cosas. Vaya. Cuando se recurre a ese argumento es que se está mordiendo el polvo. A dos años de su victoria en las urnas, procesar a quien dirigía el partido en 2018 es un grave síntoma de descomposición.
El problema es que parece más un proceso de venganza política contra Polevnsky que un impulso impersonal de transparencia. Es un procedimiento institucional de depuración propio de una izquierda que señala con el índice a los demás y se auto exculpa de comportarse como cualquier otra estructura partidista carente de democracia interna e instancia de control interno solventes. El Presidente proclama que ya no hay corrupción y resulta que la tenía en su propio equipo político. Si no es así ¿por qué permite que incineren en la hoguera pública a una de sus más entusiastas apoyadoras? El riesgo moral es alto en ambos casos para el inquilino de Palacio.
Morena carece de debate interno sobre bases democráticas. Igual sostienen a Bonilla que a García, a Sheinbaum que a Blanco. Ha quedado demostrado que son un partido puramente electoral. Un partido con impulso carismático se tiene que plantear su continuidad. AMLO no es eterno. No tienen vida interna; tampoco foros de discusión sobre las alternativas del país. Ahora se concentrarán en celebrar lo que ocurrió hace dos años, cosa que me parecería muy razonable en otro momento, pero quizás no muy oportuna cuando cientos de miles de compatriotas lo han perdido todo y en el cómputo de la pandemia llevamos más de 20 mil muertos. No está el país para celebraciones. Tampoco ha tenido una capacidad de ordenar las prioridades de sus fracciones parlamentarias. Sigue en veremos si permitirán que los plurinominales se reelijan y en esto parecen insospechadamente proclives a hacer lo que el INE les diga. Qué casualidad que en eso sí son muy institucionales.
Y la tercera y más clara es que la ausencia de ideología los está llevando a un desdibujamiento casi total. Irán aliados con los verdes y dan por hecho que eso no tendrá costo electoral. El pueblo bueno no tiene por qué recordar lo que antes vociferaban del partido del tucán. Y los celosos guardianes de la moral pública no han emitido sorpresa alguna. Morena demuestra que, aunque el Presidente repita una y otra vez que ya no es como antes, en su partido las cosas sí son como antes, con los de antes e incluso incorporando a quienes eran aliados de los de antes, incluida Elba Esther Gordillo y el Verde Ecologista. Casi tres años de ejercer el poder en solitario y no han desarrollado liderazgos frescos y creibles.
Nunca ha sido prometedor, en ninguna parte del mundo, arar el porvenir con viejos bueyes.