A estas alturas, no es relevante si Morena se define como partido o movimiento. Hoy es la coalición gobernante y, en consecuencia, tiene las responsabilidades de un partido en el gobierno. Es claramente una institución política que funciona por la existencia de un líder carismático. La Cuarta Transformación, por ende, no es un corpus doctrinario ideológicamente ajeno a las tesis que el Presidente ha elaborado. La regeneración del país es, desde la óptica de Morena, la tesis de AMLO. Por tanto, no es una fuerza política que vaya a discutir en su seno tendencias ideológicas ni posturas de una internacional partidista. Es un partido cohesionado en torno al líder.

Pero, como Sergio Zermeño lo explicó hace años con el cardenismo (otro liderazgo carismático que unificó a corrientes ideológicas distintas), el liderazgo de Cárdenas mantuvo unida a la dispersión durante algún tiempo, pero el ocaso del líder siempre plantea el desafío de la institucionalización. El dirigente no puede tener respuesta para todo, sin convertirse en una suerte de gran timonel, pero sí a lo esencial. En una estructura democrática, los liderazgos carismáticos obedecen a contextos sociológicos específicos que los hacen posible. Dichos contextos tienden a desaparecer y esos líderes forman parte de un momento histórico irrepetible. La voluntad de trascender siempre pasa por establecer mínimas normas de convivencia. A Morena le quedan años de vida en la medida en que al Presidente le queden activos en su cuenta política para seguir liderando el movimiento y uniendo, en un partido, carreras tan distintas como la de Martí Batres o Ricardo Monreal, quienes, en los últimos días, han dejado a la vista que son tan diferentes como un comunista y un priista.

Las grandes tesis de la 4T fueron votadas por la mayoría, el mandato lo tiene Morena; lo que no está instituido son las reglas de convivencia del nuevo partido gobernante con las instituciones y las otras fuerzas políticas. Probablemente sea útil que AMLO redacte las líneas básicas de lo que él llama principios políticos y así evitar el zigzagueo de sus cuadros. Sugiero dos fundamentales: La primera es mandar un mensaje a todos sus mandos, congresistas y alcaldes, aclarando que él no está de acuerdo con cambiar las reglas para permanecer en el poder y acrecentarlo en detrimento de otros órganos constitucionales, el mandato de las urnas en 2018 no puede interpretarse como una modificación de los principios de la Carta Magna. La segunda y muy clara, es que nadie, ni en Baja California, ni en el sur del país, tiene la bendición de ese partido para ampliar los términos del mandato.

Quizá estos dos principios ayuden a estructurar al partido. Tampoco es inútil que el Presidente les haga ver a sus gobernadores que “comprar” diputados no es algo de lo que sus nietos estarían orgullosos. Eso fue el veneno que mató al PT brasileño. No se puede ser juez de uno mismo y autoconferirse siempre una bendición si no se establecen reglas específicas para la autoexculpación porque, por la vía de la ausencia de regla, se llega siempre a la autocomplacencia.

Y finalmente, sería conveniente dejar de lado debates superfluos como el de Taibo. Es bizantino señalar que Morena se ha convertido en una fuente de empleo pues, el Presidente, bajo su potestad, designa a miles de funcionarios de alto nivel y otorga nombramientos extraordinarios a quien le parezca. Es tal su poder en materia de colocación que puede renunciar a tener un Estado Mayor para crear una estructura personalizada de siervos de la nación. El mandatario (y por tanto el gobierno) es un gran empleador, esa es una prerrogativa que más alinea voluntades. Eso no le quita su carácter democrático a la presidencia.

Analista político. @leonardocurzio

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