Hemos entrado a un pantano de debates insustanciales. Horas de conversación sobre si alguien quiere censurar al presidente, como si alguien pudiera hacerlo. Es tan artificial el alegato como si desde las fuerzas armadas dijeran que desde la sociedad civil se pretende violar sus derechos humanos. El lobo aullando que los borregos lo quieren trasquilar. Mientras el poder y sus propagandistas se solazan con tan bizantinas querellas, voces influyentes nos advierten sobre la introducción de nuevos contenidos en los libros de texto y el impacto que pueden tener en las nuevas generaciones.
Guevara Niebla advierte sobre el deterioro de la calidad educativa que implican los planes de estudio y los nuevos libros de texto. El autor constata que es una imposición, que no ha sido debatida con la sociedad y que buena parte de los cambios tienen un carácter ideológico que, en el fondo, conculcan el objetivo último de la educación pública. Dice, con razón, que la gente manda a sus hijos a la escuela esperando que el sistema educativo pueda ofrecerles una trayectoria vital diferente. El planteamiento oficial, sin embargo, parte del supuesto de que la escuela no debe formar “capital humano”.
El artificial dilema me remite a la forma en que fue vaciándose de contenido una serie de carreras (entre ellas la mía, Sociología) en las que parecía más importante desarrollar un enfoque crítico y deconstructor que profesionistas capaces de desempeñar un trabajo calificado (con pensamiento crítico). Hoy, buena parte de esas carreras desembocan en ideología y, en algunos casos, en militancia recalcitrante. La ideología sólo da de comer a sus promotores.
La educación pública debe fomentar el espíritu científico porque es hija de la Ilustración. La visión posmoderna tiende a ubicar a la ciencia como un discurso occidental y colonizador. Esa postura es empobrecedora. Las ciencias de la materia y de la vida no son discursos que tengan un sesgo étnico o de género. El comportamiento de los ácidos nucleicos y las proteínas no funcionan con una óptica ideológica. Las particularidades de la ingeniería electrónica y el prodigioso cambio que han traído los chips, no autorizan a pensar que la capacidad de crear una memoria RAM hiera la sensibilidad de los persas o los maoríes. Las ciencias de la vida y de la materia se han desarrollado porque estudian las leyes fundamentales y los comportamientos universales. No importa que Newton haya sido inglés. No hay manera de oponer a sus leyes fundamentales la fuerza de cualquier creencia, como tampoco hay postulado religioso que pueda desmentir a Darwin, aunque esta ofenda a integristas católicos o de cualquier otra confesión. La ciencia es un discurso verificable, demostrable y replicable. Las ciencias sociales han tenido otra deriva que no es tema de este artículo.
La infancia tiene derecho a recibir una educación científica, no ideológica, de manera que puedan hacer con sus vidas lo que ellos decidan. Raymond Aron planteó el tema de la aplicación del espíritu científico a la producción y a la administración. Creo firmemente que la diferencia fundamental entre países desarrollados y emergentes tiene que ver con el acceso de su población a una cultura científica y no a una cultura pre científica y aproximativa, que sirve para control político y estudios críticos, pero no para formar ingenieros y científicos; programadores y físicos.
Ebrard ha relatado que la decisión de Tesla de ubicarse en Monterrey respondió (entre otros factores) a que un grupo de ingenieros regiomontanos, que trabajan en esa compañía, han conseguido asociar a México con sus competencias. ¿No se merecen todos los niños de México tener la posibilidad de ser ingenieros de Tesla si así lo quieren?