Un ángulo de la argumentación gubernamental justifica la concentración de poder que el Presidente ha propiciado con un paralelo (forzado) con la administración cardenista. Se dice que se busca una transformación de tal calado que inevitablemente se debe fortificar una presidencia avasalladora que someta al resto de los factores de poder a los que asume defensores del pasado y los privilegios. Esta argumentación omite, en mi opinión, que las (supongamos) buenas intenciones del mandatario no deberían estar en la primera línea de las preocupaciones, sino en las consecuencias de las decisiones presidenciales en los próximos años.
No juzgaré al cardenismo por sus intenciones y resultados, algunos muy notables pero otros devastadores. Uno de ellos, un presidencialismo que costó muchos años desmontar y tuvo efectos inhibidores de la democracia y la eficiencia económica. De aquella (concedamos) benigna concentración de poderes del cardenismo vinieron los Alemán, los Díaz Ordaz, los Echeverría y los Salinas de Gortari. Por lo tanto, además que en las intenciones hay que fijarse en las consecuencias de la reconcentración de poder.
Ya comentaba la semana pasada el tema del INAI ahora voy al INE. Que el Presidente invoque que puede mantener la transmisión de sus mañaneras de forma íntegra —que es lo que en esencia le ha dicho al INE— habla de un ánimo levantisco y poco proclive a respetar la Constitución que protestó guardar y hacer cumplir. Victimizarse, como si fuese un grupo minoritario al que se intenta silenciar, es pasar por alto que estamos ante el gobierno más poderoso de los últimos años. Un gobierno que, además, viene con una historia de la que quiere simplemente deshacerse. Es tan poderosa la popularidad presidencial y la disciplina de sus seguidores que puede hacerlos comulgar con ruedas de molino. El poder alinea, disciplina, homogeniza. Es llamativo que quienes se desgarraron las vestiduras porque Fox hablaba de cambiar el jinete, pero no el caballo, consideren que si el actual mandatario dice a tiro por viaje que “toca madera” para que no vuelvan los gobiernos corruptos y neoliberales, es solo un ejercicio de opinión personalísima que no desequilibra el tablero. Por supuesto que pueden decir lo que quieran, pero el Presidente pierde autoridad moral y sobre todo sus decisiones sientan precedentes. Me explico.
Un mandatario que disputa las reglas electorales, ciertamente restrictivas, que su partido en gran medida ayudó a confeccionar, pierde la posibilidad de evitar una serie de consecuencias lógicas que, a mi juicio, se desprenden de su actuación:
a) Los próximos inquilinos de Palacio interferirán en los procesos electorales y podrán decir lo mismo que hoy dice AMLO. A lo mejor es lo correcto, pero durante años defendieron lo contrario.
b) Los gobernadores utilizarán los medios públicos para promocionar su mensaje. Ahora son medios del gobierno en turno.
c) No veo ninguna razón para mantener la prohibición de comprar spots por parte de los privados en periodos electorales para hablar de lo que les dé la gana, si el propio impulsor de esa reforma ahora la quiere revertir en su propio beneficio.
d) Tal vez tenga razón hoy el presidente y no la tuviera cuando era opositor, pero lo que debe considerar es que si, como opositor condicionó el entramado electoral y la legislación (con elementos tan benéficos como el modelo de financiamiento), como jefe del Ejecutivo está sentando las bases para que sus sucesores hagan lo que quieran sin límite alguno, porque a final de cuentas, lo que haga el Presidente sienta precedentes, aunque su propósito sea celestial.
@leonardocurzio