Mientras el Papa propone la fraternidad universal, en México, el tono de la conversación es cada vez más ríspido. El elogio de las pequeñas diferencias envenena la convivencia. En las familias y las comunidades se respira un ambiente de mutuo e indeseable reproche. Hace unos días, sin ir más lejos, escuchaba cómo reclamaban a un académico de una universidad privada, miembro del SNI, su apoyo al Presidente en el 2018. Me parece que, siguiendo al Papa, el primer paso para mejorar el diálogo es reconocer la verdad.
La economía nacional, por efecto de la pandemia, tienen un problema de finanzas públicas. El gobierno, en vez de optar por subir el precio de las gasolinas o los impuestos, como hacían los anteriores, ha preferido absorber los recursos de los fideicomisos, etiquetando a sus beneficiarios como ladrones o vividores. Arduo es para una comunidad que lo apoyó tanto como el mencionado académico, tener que darle la razón o rebatirlo, pero en ambos casos, las posturas se vuelven complicadas para gestionar la convivencia. A los sectores “pensantes” no se le puede pedir lealtad ciega sin humillarlos. El dinero no alcanza y deberían decirlo así.
Mil agravios hay para explicar el ánimo de revancha que implica la consulta/plebiscito y se debe reconocer que la narrativa del líder, de estigmatizar a sus adversarios es compartida todavía por una mayoría. Pero también es cierto que las mismas encuestas, que reflejan ese apoyo al Presidente, indican que la mayoría considera que el rumbo del país no es el correcto. Las dos cosas son ciertas. Aunque el gobierno no incorpore a su análisis que ser amado por la mayoría no impide ser temido por cada vez más sectores o soslaye lo que le dicen el FMI, el Seminario Nuevo Curso del Desarrollo o la Cepal, la verdad sigue ahí. El Banco de México ha dicho que tenemos ante nosotros una larga y complicada recuperación y eso es lo más apremiante .
El proyecto presidencial ganó las elecciones y debe implementarse, pero el ejercicio de transformación no pasa, a mi juicio, por una voluntad de crucifixión del pluralismo compartida por la mayoría y menos por ignorar una realidad cambiante. Señalar corrupción de manera genérica en los fideicomisos en vez de transformar estructuras y hacerlas esbeltas y transparentes es mucho más fácil que transformar el presente y construir futuro.
Aunque está claro que el Presidente está cada vez más aislado (sus gestiones europeas dejan ver que su familia pesa más en su ánimo que su gabinete) las tesis centrales de la 4T han llegado a su límite y requieren renovación. Requiere también aliados intelectuales que argumenten en qué basa el optimismo, porristas le sobran. La primera tesis postulaba que con el combate a la corrupción y la austeridad habría suficiente dinero para atenderlo todo. Imbatible como propuesta ética, se ha quedado corta; si el COVID explica una parte, cada vez queda más claro que este país requiere repensar sus ingresos, es decir una reforma hacendaria. La segunda es que, dejar atrás los mediocres crecimientos del neoliberalismo empieza a ser una utopía. Han llegado remesas, pero no los plateados graneros ni la prosperidad; la economía sufre un deterioro creciente y la popularidad presidencial ayuda a que el trago sea menos amargo y eso es bueno, pero no es eterno.
En resumen, el gobierno tiene el mandato de transformar este país y no creo que lo consiga si se empeña en intoxicar aún más la convivencia. El Presidente es la encarnación de la unidad nacional, su proyecto tiene el apoyo mayoritario y es quien debe proveer el ejemplo y la guía.
Analista político.
@leonardocurzio