La frase es de uno de los políticos más desprestigiados por su arrogancia y poco apego a los procedimientos de la política moderna: estoy en la plenitud del (p) poder, dijo jactándose de esa intangibilidad que los políticos sienten en el momento culminante de su gestión.
A finales del siglo pasado yo impartía una materia fascinante: “Élites y cultura política” y, como muchos de mi generación, pensaba que la alternancia traería políticos respetuosos de la ley, porque hartos de los abusos del antiguo régimen harían de la observancia de la regla su norma de conducta. También pensaba que todos aquellos que en su momento sufrieron las elecciones de Estado en carne propia (como las de 1994 en Tabasco), les resultaría repelente hacer lo mismo que antaño hicieron con desparpajo y majadería sus verdugos. Pensé también que les repugnaría usar los recursos del poder más abyectos para presionar a sus rivales y finalmente que después de tantos años de vivir en un mundo inventado por el gobierno y su propaganda, así como el cerco mediático a la oposición, tendrían arcadas cada vez que se les propusiera construir verdades alternas o convertirse en arquitectos de la posverdad.
Pero hete aquí que en 2023 la izquierda se comporta en la plenitud de su (p) poder con un desprecio olímpico por la legalidad, con una arbitrariedad que en otro tiempo los hubiese sonrojado; apoyan nombramientos dudosos y minimizan graves faltas, algunos prefieren callar con la misma bellaca complicidad con la que los priístas sonreían ante cualquier atropello de sus gobiernos. Las mayorías legislativas se han vuelto orgullosamente robóticas y aquellos que en su momento despreciaron a Roque Villanueva por su servilismo, hoy aprueban lo que les mandan. Los gobernadores, antaño empleados del Presidente, hoy se convierten en fichas de una estrategia electoral en detrimento de su investidura.
Estar en la plenitud del poder los lleva a olvidar todo aquello por lo que lucharon y a transformarse en una cigarra, en una sombra de lo que dijeron qué harían. Una interesante excepción es la limitación externa, que es el único punto en el que este gobierno parece reconocer el principio de realidad, para ubicar sus verdaderas capacidades. Es probable que después de la Cumbre de Líderes de América del Norte las expresiones más radicales del gobierno en materia energética se hayan limado y a las figuras que las sostienen se les haya arrinconado. Ese es un ejercicio de poder aterrizado y limitado, no la desmesura que estamos viendo en otros ámbitos en donde el Presidente intenta minimizar la cifra de homicidios e inventarse conjuras y sabotajes allí donde lo más peligroso que se ha encontrado es a una mujer incivil lanzando fragmentos de lavadora.
Ningún gobierno, desde Salinas de Gortari, había intervenido de manera tan descarada en los procesos electorales. Si Salinas echaba a los gobernadores, AMLO los trata como sus empleados, que no es lo mismo, pero da igual, pues ambos niegan su condición de jefes de gobierno electos de sus demarcaciones.
Algún tiempo pensamos que llegadas nuevas élites al poder el comportamiento sería diferente. Hemos visto que la democracia resuelve muchos problemas, pero no la calidad de las élites; finalmente éstas representan tendencias sociológicamente muy fuertes y por tanto su reclutamiento y su cultura política tienden a ser (con algunas variaciones) muy similares a las del viejo régimen, aunque escriban cartillas morales.
Analista. @leonardocurzio