Un error de perspectiva está deformando la imagen de Morena en el campo opositor. La insistencia en ubicar en el segmento ideológico al partido oficial explica la deformación. Morena no es bolivariano; ni marxista ni siquiera nacionalista revolucionario. Ha invertido muy poco tiempo en ideología. La economía moral y el humanismo mexicano tienen menos densidad que el liberalismo social de Salinas. No hay debates programáticos ni reflexiones, sólo un puñado de lemas. Hay un nacionalismo con algunas intemperancias pero que convive tranquilamente con el nearshoring, porque el gobierno de López Obrador ha mejorado su desempeño por el código postal norteamericano. Las remesas, las inversiones, las vacunas y la tecnología provienen de América del Norte y con ella tenemos una relación eficaz y pragmática.
El segundo piso de la 4T no es un proyecto ideológico y, por tanto, es inútil preguntarse si Claudia será más o menos radical. El segundo piso es la consolidación de una estructura de poder; es un partido de gobierno que quiere afianzarse y hasta ahora ha sido exitoso. Su candidata fue electa por las maquinarias partidistas y ha sometido, hasta la ignominia, a la disidencia. Todavía resuenan los ecos distantes de las quejas de Monreal y de Marcelo (que hasta un libro escribió para diferenciar su visión del mundo de la que hoy defiende en campaña). Es insuperable en el arte de comer sapos.
La candidata oficial no va seduciendo electores, no requiere debates ni espacios donde pueda lucir su preparación. No es candidata, sino proto presidenta y, por tanto, su función es repartir incentivos directos o indirectos que están condicionando a cada vez más actores políticos, económicos e intelectuales. Es difícil entrar a un debate ideológico en materia de seguridad porque ella invoca sus resultados capitalinos y pasa, bajo prudente silencio, que el modelo aplicado por el presidente (y buena parte de sus gobernadores) ha sido un desastre en Guerrero, Colima, Michoacán o Zacatecas. Si el segundo piso incluye una ruptura con el paradigma vigente no se formulará explícitamente, porque AMLO sigue siendo la figura tutelar. La candidata oficial, más que tesis programáticas, está en condiciones de ofrecer empleos a quienes la sigan y cada vez es más claro para quienes quieran ser subsecretarios o directores generales, que este es el momento de empezar a encontrarle todas las ventajas. La factibilidad de un beneficio personal es un recurso potente para verle todos los defectos a la oposición y callar ante la aberrante propuesta de desmantelar el poder judicial. Es una forma de estar en paz con uno mismo.
Los empresarios, como en la vieja política de régimen, se dicen unos a otros “no te equivoques, es Claudia”, como si su futuro económico dependiera todavía del favor del poder y le empiezan a encontrar insospechadas virtudes y refinadas astucias a la candidata. Muchos prefieren el calor que da la cercanía al poder que vivir en un mundo gélido de la indiferencia y a veces abierta hostilidad gubernamental.
Se aprecia en la conversación nacional un corrimiento hacia la sumisión (o resignación) que tiene un efecto ataráxico en las conciencias rebeldes, pues es mejor estar bien con ella desde la campaña, como el pecador que tiene tiempo de arrepentirse.
No estamos, pues, ante una revolución ideológica, sino ante la consolidación de una estructura de poder que reparte dinero, coloca gente, ofrece canonjías, sugiere líneas editoriales, encamina encuestas y sobre todo tiene memoria y tomará buena nota de quien camina hombro con hombro a su lado.